(Foto: Reuters)
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Ian Vásquez

El domingo la prensa internacional reportó que ganó las elecciones rusas al recibir el 76,7% de los votos. “No cabe duda de que Putin es extremadamente popular entre los rusos”, declaró “The New York Times”.

Su reelección marca más de 18 años en que Putin ha estado en el poder. Eso incluye los cuatro años en que le dejó la presidencia a un aliado cercano, pero en los que Putin retuvo el mando. Con la excepción de Stalin, Putin es el líder ruso que más ha durado en el poder desde principios del siglo XX.

El domingo anterior, China abolió los límites al mandato presidencial. De esa manera, reemplazó el “liderazgo colectivo” que caracterizaba la gobernanza del Partido Comunista luego de la muerte de Mao, con el de un individuo, . La dictadura del partido, en la que se alternaba al jefe de Estado, se ha transformado en una dictadura personal.

Xi será presidente de por vida y podemos esperar lo mismo de Putin. Ambos han consolidado el poder al centralizarlo en el Estado y su persona. Xi encabeza los tres cargos más poderosos de China: no solo es jefe de Estado, sino también del Partido Comunista y de las Fuerzas Armadas. De manera semejante, Putin ha creado un culto a la personalidad dentro de un Estado fascista.

Tanto en Rusia como en China, hubo un período de mayores libertades luego del fracaso del comunismo. Cuando colapsó la Unión Soviética, Rusia se volvió democrática y más abierta. Pero a diferencia de Europa Central, que vivió numerosos casos exitosos de transición hacia la democracia de mercado, Rusia manejó mal su transición. La liberalización no fue muy lejos, hubo mucha corrupción y se produjo una crisis económica. Dentro de ese contexto, surgió Putin, que se dedicó a acabar con la libertad política.

Las grandes reformas de mercado que durante casi cuatro décadas produjeron el gran crecimiento económico chino solo ocurrieron tras la muerte de Mao. Deng Xiaoping y otros líderes reconocieron las catástrofes económicas y humanitarias que ocasionó Mao y por eso se acercaron al capitalismo y enmendaron la Constitución para evitar el mandato indefinido de una sola persona.

Pero a diferencia de Rusia, China nunca liberalizó su sistema político. De hecho, China vio cómo la liberalización política parcial de la perestroika ayudó a acabar con el imperio soviético.

En algún momento en los últimos 20 años, Rusia y China perdieron interés en las reformas de mercado. El alto crecimiento que ambos experimentaron por varios años probablemente jugó un papel en descontinuar la agenda de reformas. Pero en ambos países el crecimiento se ha desacelerado. Xi ha prometido liberalizaciones económicas, pero parece no tener interés en cumplirlas. Al igual que Putin, solo ha restringido libertades básicas, incurriendo en graves violaciones a los derechos humanos.

Ante estas circunstancias, ¿qué podemos esperar de Rusia y China? Los dos dictadores enfrentan un dilema. Saben que la liberalización económica necesaria para retomar el crecimiento significa perder cierto control sobre sus sujetos, algo que no quieren arriesgar. Seguirán restringiendo libertades básicas a la vez de promover modelos alternativos a la democracia de mercado.

Esto incluye sembrar dudas acerca de la legitimidad de las democracias de Occidente y ser cada vez más agresivo. Ya Rusia ha mostrado serlo con sus intervenciones en las elecciones estadounidenses, el envenenamiento de ex espías en el Reino Unido, su apoyo a políticos europeos extremistas, sus acciones militares en Ucrania y otros lares.

Queda claro que, ante esta agresión, las sociedades libres deben defender las instituciones y los valores de la libertad. Si no se puede contar con los gobiernos de Occidente, sería bueno, por ejemplo, que por lo menos la prensa libre deje de legitimar estas farsas dictatoriales.