"La epidemia bien puede reducir el PBI chino en solo unas décimas para luego generar un rápido rebote (como ocurrió con el SARS en el 2003)".
"La epidemia bien puede reducir el PBI chino en solo unas décimas para luego generar un rápido rebote (como ocurrió con el SARS en el 2003)".
Enzo Defilippi

Al parecer, la epidemia del llegó finalmente a Nueva York. No, no es que se hayan identificado casos en esa ciudad, sino que los temores de los inversionistas se han comenzado a sentir en Wall Street. El último lunes, el índice Dow Jones cayó 3,6%, su peor resultado en los últimos dos años. Al Nasdaq le fue peor.

Los temores se contagiaron más rápidamente que el virus mismo. Las cotizaciones del cobre y el petróleo cerraron a la baja y la del oro (que sirve como refugio ante la incertidumbre) aumentó hasta acercarse al máximo de los últimos siete años. En el Perú, el dólar superó la barrera de los S/3,40. Algo similar ocurrió con otras monedas de la región.

En momentos como este, lo más importante es mantener la calma y mirar el problema con perspectiva. Empezando por recordar que bajo la lógica de los la incertidumbre es peor que las malas noticias, por lo que tienden a exagerar su impacto. De hecho, lo único cierto que sabemos de los efectos del coronavirus es que no sabemos cuán graves serán.

Veamos. Es cierto que la epidemia viene afectando la capacidad de producción y consumo de la economía china. Según el semanario británico “The Economist”, gran parte de los 200 millones de personas que debían haber regresado a trabajar después de las festividades de enero no lo han hecho o se encuentran en cuarentena obligatoria. Hasta la semana pasada, las fábricas ubicadas en las provincias que representan el 90% de las exportaciones se encontraban cerradas u operando a baja capacidad. La industria de comida está siendo severamente afectada por el temor de consumir alimentos preparados por potenciales infectados. Starbucks, por ejemplo, ha tenido que cerrar unos 2.000 cafés en todo el país.

También es cierto que la epidemia viene afectando la economía del resto del mundo. El reciente anuncio de Apple de que no alcanzará sus expectativas de ventas del próximo trimestre ilustra cómo. Por un lado, la empresa espera vender en China (uno de sus principales mercados) un número de iPhones menor al planeado. Por otro, dado que estos teléfonos son fabricados allí y la epidemia viene afectando severamente su cadena de suministros, contará con menos unidades para vender en el resto del mundo. En países productores de materias primas como el Perú, muchas empresas sufrirán, adicionalmente, las consecuencias de la epidemia en la reducción de las cotizaciones.

Ahora, si bien tenemos una idea de los mecanismos de propagación, aún no conocemos la magnitud de los efectos. La epidemia bien puede reducir el PBI chino en solo unas décimas para luego generar un rápido rebote (como ocurrió con el SARS en el 2003), o generar problemas más graves en el resto del mundo (en aquel año la economía china representaba el 4% de la economía mundial; hoy es el 16%). La buena noticia es que, si bien se vienen registrando casos en otros países (en Italia han llegado a suspender partidos de fútbol profesional) el número de nuevos infectados en China ha caído desde el 13 de febrero.

“¡Que no panda el cúnico!”, decía el Chapulín Colorado. Con lo que sabemos hoy, creo que esa actitud es la correcta. Al menos por ahora.