(Foto: USI)
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Iván Alonso

Mucho se habla de la flexibilización del , pero pocos se animan a formular detalladamente las reformas necesarias, quizás por temor a desvelar su significado. Lo que sí escuchamos con cada vez mayor insistencia es la idea de establecer diferenciados, que ya anteriormente hemos criticado. La diferenciación se presenta como un instrumento para flexibilizar el mercado, pero puede terminar imponiéndole mayor rigidez.

Una cosa es la diferenciación por departamentos, y otra la diferenciación por tamaños de empresa o por sectores económicos. El argumento a favor del sueldo mínimo es que nadie debe ganar menos de lo indispensable para sostenerse a sí mismo y a su familia. Los argumentos en contra son que lo “indispensable” es una construcción más o menos arbitraria y que la realidad del mercado –los sueldos que la gente está dispuesta a pagar y a aceptar– supera cualquier construcción de indispensabilidad. Ignorar esa realidad es empujar a cientos de miles de personas a la informalidad o el desempleo. Uno puede entender, sin embargo, la motivación humanitaria; y, en ese sentido, la diferenciación por departamentos, de la que seguiremos hablando después, respondería a que el costo de vida no es en todos el mismo. Pero la diferenciación por tamaños o sectores es distinta.

Es una idea de inspiración socialista, que no se fija en las condiciones de vida, sino, digamos, en las condiciones de producción; no en cuánto se necesita para vivir, sino en cuánto puede o debe pagar a sus una empresa de tal tamaño que opera en tal sector. Es una interferencia en la operación del mercado laboral, que afecta no solamente la distribución funcional del ingreso –entre empleados y empleadores–, sino también la asignación de recursos –capital y trabajo– entre los distintos sectores y tamaños de empresa. ¿No se puede pagar en una empresa textil de más de 10 trabajadores menos del doble de lo que se paga en otras ? Pues subdividimos la empresa, aunque se pierda productividad, o renunciamos a hacerla crecer y reinvertimos las utilidades en otro sector.

La diferenciación por departamentos, como decíamos, puede justificarse por las diferencias en el costo de vida. Estas, además, influyen en los sueldos que la gente está dispuesta a aceptar, de manera que el sueldo mínimo podría adaptarse mejor a las condiciones del mercado en cada departamento. Pero su implementación, si llega a ocurrir, no estará exenta de conflictos. ¿Cómo se les explica a los congresistas, alcaldes y activistas varios por qué el sueldo mínimo sube más en Tumbes que en Tacna o viceversa?

Algunos economistas creen que basta fijar una regla que ate los aumentos del sueldo mínimo al crecimiento de la productividad. Pero el cálculo de la productividad es problemático: varía con el período seleccionado y con la forma de contabilizar la fuerza laboral y el stock de capital del país; mucho más si queremos calcularla departamento por departamento. Mejor sería mirar qué sucede en el mercado local. En la encuesta nacional de hogares, que se hace todos los años, se puede ver cuánto es lo mínimo que gana, en cada departamento, el ochenta o noventa por ciento de la población que tiene los mayores ingresos. Por ahí debería estar el sueldo mínimo, si se quiere excluir a la menor cantidad de gente posible.