(Foto: Difusión)
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Enzo Defilippi

La semana pasada estuvo en Lima Dani Rodrik, profesor de la Universidad de Harvard y experto en desarrollo económico, invitado a dar una conferencia magistral durante el seminario anual de investigación del CIES.

Rodrik, considerado por muchos uno de los economistas más influyentes del mundo, habló de una nueva realidad económica en la que el superciclo (precios altos durante un período extraordinariamente largo) de materias primas ha finalizado, el empleo industrial decrece y la globalización ha llegado a su límite (las empresas más productivas no pueden crecer tanto como para absorber la mano de obra ocupada en las menos productivas). En estas circunstancias, dice él, las estrategias de crecimiento deberían enfocarse en la integración de los sectores domésticos, los servicios y las actividades no transables. Además, se debe adoptar una visión pragmática (en oposición a una ideológica) de la relación entre los sectores público y privado: ni tan cercana en la que el Estado sea capturado ni tan lejana en la que no se atiendan las demandas razonables del empresariado.

Según Rodrik, el principal problema con limitar la estrategia de crecimiento a las políticas horizontales (que afectan a todos los sectores por igual, como la mejora de la calidad del Estado) es que los mayores obstáculos a desmontar suelen ser específicos a cada industria. Como señalé hace unas semanas, está bien desregular y reducir los trámites, pero eso por sí solo no promueve el crecimiento económico (mucho menos el desarrollo).

¿Qué hacer entonces? Rodrik plantea alejarse de las típicas políticas en las que las prioridades y los incentivos son establecidos desde arriba suponiendo cuáles son los problemas prioritarios. Más bien, propone concebirlas como un proceso de colaboración estratégica entre el Estado y las empresas, en el cual se consultan, se experimentan, se evalúan y se replantean las medidas a implementar. Más específicamente, sugiere promover la integración de las cadenas productivas como una forma de diseminar tecnología de las empresas más productivas a sus proveedores, invertir en clústeres a través de fondos de capital de riesgo financiados públicamente, y profundizar el trabajo de las mesas ejecutivas, el mecanismo de coordinación público-privado que permite identificar y eliminar los obstáculos relevantes para cada sector.

Rodrik considera que un caso peruano de éxito son las políticas que han permitido el desarrollo de la agroindustria (inversión pública en irrigación, desregulación del uso de la tierra, regímenes tributario y laboral excepcionales), una actividad con una productividad muchísimo más alta que la agricultura tradicional y que absorbe grandes cantidades de mano de obra. Sobre qué otros sectores tendría sentido priorizar, él cree que, además de la acuicultura y la forestería (en los cuales las mesas ejecutivas han tenido algunos éxitos iniciales), el turismo es una opción obvia. Yo lo suscribo al 100%.

En contraposición, el Gobierno ha insistido en promover el ‘drawback’, un subsidio que cuesta S/850 millones al año, no se enfoca en quienes lo necesitarían, y, peor aún, no hay evidencia de que promueva algo. Yo creo que tiene mucho más sentido ir desmantelándolo y usar ese dinero para experimentar en las políticas que propone Rodrik. Es iluso pensar que se puede tener éxito enfrentando viejos problemas con ideas que no funcionaron ni cuando eran modernas.