Aguántate, por Patricia del Río
Aguántate, por Patricia del Río
Patricia del Río

El caso de Vylma Gabriela Niño de Guzmán de la Rosa ha superado la peor de nuestras pesadillas. Se trata de una madre que fue asesinada por su hija adolescente de 14 años que actuó, como ya parece habitual, en colaboración con su enamorado de tan solo 16. Ambos muchachos no solo mataron a la señora Vylma sino que ocultaron el cuerpo y convivieron con él por más de dos meses en la misma casa. 

Como muchos de ustedes, me he preguntado qué puede salir tan mal en una familia para que una hija decida deshacerse de su propia madre. Qué patologías y miserias han rodeado la vida de estos jóvenes para que se les hiciera tan fácil matar con crueldad cinematográfica. No tengo una respuesta, pero hay algo que me inquieta en las palabras de los protagonistas cuando buscan explicar sus actos. “Necesitaba ser feliz” y “alcancé la libertad” son frases que dan cuenta de una personalidad muy poco habituada a contener sus impulsos. Son las palabras de individuos que no están dispuestos a esperar por conseguir lo que desean en la vida, ni mucho menos a luchar por ello.

De acuerdo, estamos ante casos extremos, pero son justamente las situaciones límite las que nos hacen preguntarnos sobre qué pasará con los millones de jóvenes y niños que están creciendo en un mundo donde cada vez es más difícil educar la tolerancia a la frustración y donde los placeres son más difíciles de postergar.

Les pongo un ejemplo: Adriano, mi hijo de 6 años, puede ver 40 minutos de televisión antes de irse a dormir. Esa es la regla. A veces ve los dibujos de Lego, otras veces escoge un fragmento de “” o un capítulo de “”. Hasta aquí no hay nada inusual. Mi hijo es un niño sano, que ejerce su derecho a elegir lo que quiere ver. Lo que me preocupa, porque en eso mi experiencia fue muy distinta a lo que él está viviendo, es que la oferta de entretenimiento para un niño de su edad es constante y desmedida. Si Adriano quiere ver “Dino Dan” y no lo están dando en la tele, pues me pide que le ponga un DVD o que me baje un capítulo de YouTube. No existe para esta personita la respuesta que nosotros recibimos tantas veces de chicos: piña, no están dando tus dibujos, aguántate.

Y sí pues, nos aguantábamos las ganas toda la semana y poco importaba si Meteoro se había quedado a mitad de una gran carrera, había que esperar días de días para ver el siguiente capítulo. Y eso solo ocurría si es que teníamos la suerte de que el canal hubiera comprado la serie completa. Patético, pero de alguna manera útil, porque sin ánimo de emular la pésima televisión del pasado, debemos reconocer que fuimos niños más pacientes o más resignados. 

Miro a Adriano y sé que su mundo es otro. Él vive en un universo donde está prohibido aburrirse, donde gracias a la tecnología la diversión se consigue sin mayor esfuerzo, donde no es común esperar. Miro a Adriano y me pregunto cuáles son los mecanismos que los padres debemos aplicar para inculcar que en la vida las cosas cuestan y demoran. Y entonces cierro la computadora y le digo que hoy no hay “Dino Dan”. Que no encuentro el capítulo. Que es tiempo de ordenar el cuarto e irse a dormir. Miro a mi hijo, lo veo frustrarse y de pronto me invade una ola de alivio.