Alejandro Toledo se encuentra detenido en Estados Unidos luego que la justicia de dicho país inició el proceso para evaluar su extradición por el Caso Odebrecht. (Foto: Agencias)
Alejandro Toledo se encuentra detenido en Estados Unidos luego que la justicia de dicho país inició el proceso para evaluar su extradición por el Caso Odebrecht. (Foto: Agencias)
Patricia del Río

Dice en su artículo “El paraíso narrativo”, publicado ya hace varios años, que para un escritor es un privilegio vivir en el Perú. Y no, no precisamente por sus ricas montañas, hermosas tierras o cumbres nevadas, que están muy bien para promover nuestro turismo; sino por algo mucho más doloroso: vivimos en una sociedad donde los traumas, la violencia, las injusticias son los perfectos ingredientes para cocinar tremendas historias. Ahí donde el mestizaje no cuajó, nació la discriminación; en el momento en el que se impuso la desigualdad económica, la injusticia se instaló entre nosotros; en el instante en el que fuimos incapaces de gobernarnos a nosotros mismos, mirándonos como ciudadanos, proliferaron los dictadorzuelos de derecha y de izquierda, que hicieron añicos nuestras aspiraciones republicanas y las reemplazaron por el autoritarismo y la corrupción.

El paraíso de un escritor es el infierno de quienes viven esa realidad, sentencia Cueto, y uno no puede dejar de pensar en que Alejandro Toledo sería un espectacular personaje de novela: un hombre que se hizo solo, que abrazó el imaginario de Pachacútec y se puso una vincha para librarnos del oscurantismo en el que nos había dejado el fujimorismo, devino en un corrupto más.

Y está muy bien que la literatura se alimente de la frustración. Es necesario que un escritor venda paraísos para luego hacernos arder en el infierno. Sin embargo, una sociedad no se puede dar el lujo de creer en mitos antes que en instituciones. No puede andar idealizando personajes salvadores en lugar de priorizar ideas. No puede resistirse a debatir sobre libertades y derechos, para agotar su discurso en pullas cuyo contenido principal son la vida y miserias de seres insignificantes.

Alejandro Toledo, que en la ficción podría ser un personaje hilarante, fue en la realidad un pésimo presidente. Fue un ser humano mezquino, borrachoso, irresponsable. Un sujeto que se burló de las expectativas de un país que luchaba por arrancharse esa especie de inmundicia que se nos había pegado al cuerpo después de ver los famosos videos de la salita del SIN.

Pero hay un final en esta novela de medio pelo que nos vendió Toledo, del que podemos sentirnos orgullosos: el mito se irá preso. El cholo nada sano y menos sagrado acabará tras las rejas. Nuestra capacidad para dejarnos deslumbrar por los reflejos del populacherismo y la promesa idiota está siendo superada, felizmente, por nuestra lucha por concebir sociedades tal vez menos interesantes para la literatura pero más justas para los ciudadanos. Hoy hay más hombres y mujeres que luchan en serio para que la tierra prometida de la democracia sea una realidad. Hay fiscales y jueces que no van a parar hasta meter preso a todo el que nos quiso contar historias; y ese, qué duda cabe, será nuestro mejor ‘best seller’.