Iván Duque y Gustavo Petro fueron los dos candidatos más votados en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Colombia. (AFP / Reuters).
Iván Duque y Gustavo Petro fueron los dos candidatos más votados en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Colombia. (AFP / Reuters).
Carlos Meléndez

No estoy seguro si Vargas Llosa diría que se trata de una elección “entre el cáncer y el sida”. (Crítico de la “derecha cavernaria” en Chile, el Nobel peruano no ha ocultado sus simpatías por el uribismo en ). Pero estamos ante otra elección entre extremos. , uribista, obtuvo un 39% de los votos válidos en la primera vuelta del pasado domingo en Colombia. , ex guerrillero, clasificó al balotaje por poco (25%). Así, en tres semanas, los colombianos elegirán entre quienes más animadversiones producen. El voto “en contra de” primará sobre el voto “a favor de”. Con ustedes, una nueva historia de “antis”: el antiuribismo y el anti-izquierdismo.

Por un lado tenemos al portador del legado de un gobierno “mano dura”, Duque, portador del uribismo, esa identidad política capaz de ganar un referéndum en contra de un proceso de paz. El ex presidente y senador reelecto se montó en la tarima de su candidato muchas veces, aupándolo para promover el respaldo del denominado Centro Democrático. El partido uribista ha logrado capitalizar la insatisfacción que produce una justicia transicional bastante indulgente según los críticos. (Las FARC, recordemos, tendrán diez puestos en el próximo Legislativo, sin haber obtenido un solo voto).

Por otro lado tenemos a Petro, un trajinado cuadro izquierdista, ex alcalde de Bogotá. En el país con mayor inmigración venezolana, las ‘fake-news’ lo catalogan como exponente máximo del “castro-chavismo” (una suerte de comunismo violentista ‘reloaded’), despertando temores de caos y desgracia. Es que los “antis” no solo tienen que ver con odios, sino también con nuestras más profundas turbaciones. La encuestadora Cifras y Conceptos devela que el 52% de colombianos teme la llegada de Petro a la presidencia; un 44% tiembla ante el regreso de Uribe al poder.

Las ideologías permiten asentar los miedos bajo una racionalidad que le sirve al elector de justificación. Esto favorece cierta estabilidad en el campo uribista, a pesar de la volatilidad electoral. Si uno revisa la distribución territorial del voto colombiano en las elecciones del 2014, el referéndum del 2016 y las del domingo pasado, se encuentra con un mismo patrón. El uribismo evoluciona de una organización personalista a una programática, con ideas-fuerza conservadoras en lo social, recrudecidas en materia de orden y justicia. Ello le ha permitido sentar las bases de una identidad partidaria. En un estudio del 2015, con Jennifer Cyr, mostrábamos que el uribista promedio es más activo políticamente y más proclive a colaborar con organizaciones partidistas que con su “anti”.

En el campo antiuribista, en cambio, predomina el “voto de opinión”, es decir, una posición apartidaria en la que se juzga por el “mal menor”. Por ejemplo, lo más probable es que quienes votaron por Santos en el 2014 se decanten por Petro este 17 de junio, a pesar de las amplias diferencias programáticas, sociológicas y de estilo entre ambos políticos. Sin embargo, quien mayor estructura orgánica tiene no se asegura el éxito electoral (pregúntenle a ). No obstante, quien sea elegido sin soporte orgánico tendrá, definitivamente, problemas de gobernabilidad (pregúntenle a Kuczynski).