Artistas del engaño, por Liuba Kogan
Artistas del engaño, por Liuba Kogan
Redacción EC

Luego de un emocionante y agotador día en , trepando andenes y disfrutando de la belleza del lugar bajo lluvia intensa y sofocante calor, tomé un tren turístico que me llevó hasta . De allí, al bajar del tren debía buscar a un señor que portaba un cartel con el nombre de “Bus Lucy” y el de los pasajeros que debía transportar hasta la ciudad del Cusco: un trayecto de unas dos horas. 

Ya había anochecido, se notaba el cansancio de los turistas en sus rostros y la premura por ubicar el transporte que los llevaría sanos y salvos a su próximo destino. Al salir de la estación del tren, efectivamente, vi el cartel de “Bus Lucy” y mi nombre entre otros 15. Sin embargo, a unos pasos veo a un joven con un cartel similar al primero con mi nombre. Desconcertada, me acerco al joven y le pregunto acerca de la duplicidad de carteles. Muy atento me responde que “Lucy me ha mandado un taxi seguro de cortesía” que me dejaría en la puerta misma de mi hotel. Sorprendida, le comento que no conozco a ninguna Lucy y, en menos de lo que canta un gallo, me acerca un teléfono celular al oído: “Soy el hermano de Lucy. Ella le ha mandado un taxi, es una cortesía porque el bus está lleno”.

En medio del tumulto y la confusión recordé una situación que me parecía similar por lo absurda. Hace un tiempo recibí una llamada telefónica de un hombre que me decía “doctorita” y me solicitaba le brinde una conferencia de media hora a la plana menor de la Marina sobre violencia de género “o el tema que quiera, nos da lo mismo”, por lo que me retribuirían con mil dólares en efectivo, inmediatamente concluida mi intervención. “Y no se preocupe, que le mandamos una movilidad para recogerla desde donde quiera”.

Evidentemente ambas situaciones eran absurdas: difícilmente una agencia de turismo “de medio pelo” manda un taxi para un recorrido de dos horas; ni la Marina contrata informalmente a un conferencista por la exorbitante suma de mil dólares. En ambos casos se trata de artistas del engaño. Ladrones, asaltantes o estafadores que urden el engaño a través de narrativas alucinantes similares a las cordiales cartas enviadas por correo electrónico en las que se nos pide un dinero con el fin de recibir la fortuna de una desdichada dama africana.

Rumbo al , apiñada en el verdadero “Bus Lucy”, me preguntaba por qué podemos caer en engaños, si los peruanos somos desconfiados y cada vez menos ingenuos. Tal vez la codicia sea parte de la respuesta: quién no quiere ser transportado en un taxi lujoso, recibir mil dólares por media hora de trabajo o ser acreedor de una inmensa fortuna. Asimismo, la complicidad con un sistema informal omnipresente nos seduce con la promesa de conseguir más por menos, cortar camino y creernos recontra vivos. 

Si recopilamos las narrativas del engaño de estos pillos, tendríamos una fotografía de las debilidades, sueños y anhelos de los que vivimos en una sociedad donde las cosas no son lo que parecen, ni parecen lo que son.