(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Carlos Meléndez

¿Por qué la vida de un ciudadano cualquiera merecería ser expuesta –en género literario– a un público más amplio? Quizás porque esperamos de su testimonio hechos desgarradores, confesiones transgresoras, memorias oscuras que trasciendan biografías. Sin embargo, un leve repaso a la autoficción peruana contemporánea decepciona. Su trama es telenovelesca, su “sufrimiento” disforzado, su “dolor” de utilería. (En comparación, Jaime Bayly era mucho más valiente).

Hoy en el Perú, en lo que va del siglo XXI, se intenta escribir la autoficción de las últimas décadas del siglo anterior. No casualmente se reproduce el intento fallido de nuestros más emblemáticos narradores, tratando de vender el cliché como ejercicio “doloroso”. Los operadores de la memoria ensayan una trama manida, sin contrastes ni complejidades. Son como los escritores forjados en talleres, duchos en técnica, pero sin profundidad. Sus historias son chatas; sus personajes, planos. Por un lado, tenemos al villano perverso (el fujimorismo) y un enjambre de héroes anónimos (ellos mismos) que unidos vencen al mal. El resultado no es una “memoria dolorosa y ofensiva” como pregonan sus agentes.

La memoria antifujimorista, por predecible y simplista, termina inerme. Se sustenta en una verdad de perogrullo: el fujimorismo fue una “dictadura”, corrupta, que perpetró crímenes de lesa humanidad. ¿Saben qué sería realmente una memoria que compela, que estremezca las estructuras autocomplacientes de una sociedad tan cínica y discriminadora como la peruana? Vayamos al propio informe de la Comisión de la Verdad para encontrar ese guion extraviado por las plumas de la memoria. ¿Cuesta decir que el segundo gobierno del gran “demócrata” Fernando Belaunde –quien botó al tacho de basura un reporte de derechos humanos– lleva a cuestas la mayor cifra de muertos y desaparecidos del período estudiado? ¿Acaso ya se han olvidado que el paladín de la “transición”, Valentín Paniagua, negó como un reaccionario cualquiera la responsabilidad política de Acción Popular en la primera claudicación de la democracia en velar por el Estado de derecho?

¿Saben que el Apra fue el único partido político que entregó a la CVR la lista de sus militantes víctimas del terrorismo, o que Alan García –en su primer gobierno– intentó quitarle a los militares la dirección de la guerra contra Sendero? (Sí, terminó resignando como sus predecesores, pero fue el único que intentó una pacificación social en el campo, repotenciando las SAIS). Penosamente para los profesionales de la memoria, el desempeño de García se reducirá eternamente a los casos Penales y Frontón. ¡Uy, qué incómoda memoria!

No debemos procurar ni entrañar una verdad neutral, sino una fulminante, que exponga las virtudes y miserias de todos los responsables de nuestras desventuras. Sin obviar, por supuesto, que nuestros progresistas no han pedido perdón por promover la vía armada cuando la democracia estaba bien entrada en años; que han sido deferentes para con el MRTA –“emerretista como uno” no es lo mismo que un “cholo barato” senderista– reproduciendo con ello el clasismo en nuestra sociedad; que el feminismo premió al gobierno de Fujimori por “empoderar políticamente a las mujeres”. Lo que la autorreferenciada “consciencia moral” del país ofrece no es la historia, sino un ‘best seller’ de temporada.