Nunca simpaticé con el militarismo nacional. La mitad de mi vida adulta ha sido marcada por una dictadura larguísima, la de Juan Velasco y Francisco Morales Bermúdez y, luego, por la década de contubernio del Comando Conjunto de las FF.AA. con la cleptocracia de Fujimori y Montesinos. En el medio de esas dos vergüenzas históricas, las FF.AA. colaboraron en el combate al terror y sí, cometieron excesos y padecieron bajas.
Salvando heroísmos, honras y menciones especiales a los militares que no se ‘sujetaron’ a Montesinos, tengo que subrayar que el balance del militarismo nacional en las últimas cinco décadas es terrible. Las FF.AA. son, además, promotoras de un machismo que aborrezco. En su fuero y en sus reglamentos pervivieron –cuando ya habían sido desterrados de otras instituciones– reglas discriminatorias contra mujeres y gays. Me tintinea, cuando pienso en todo esto, la risita de Edwin Donayre, sentenciado por robar gasolina y ahora refugiado en el Congreso. Más de una vez he soñado con el modelo de Costa Rica, donde las FF.AA., simplemente, no existen (otros sueñan, qué miedo, con militares a cargo de las tareas policiales).
He hecho esta descarga porque ahora quiero subrayar algo bueno: lo mejor que le ha podido pasar a las FF.AA. es que su presupuesto y sus funciones se vayan orientando progresivamente a atender los desastres naturales y a colaborar excepcionalmente con la policía cuando esta se ve desbordada. De esta forma, se conjura el hartazgo cívico de contar con un cuerpo militar caro y ocioso. La tendencia a marcar tiene que ser, por lo tanto, reducir el gasto en defensa armada y reorientarlo a defensa civil. Nada de tanques y avioncitos para hacer bulla y piruetas en la Costa Verde, sino aviones de carga, barcos fluviales, helicópteros que trasladen víveres, damnificados y hospitales móviles; que sobrevuelen, mapeen y alerten el peligro.
El desarme bélico y el rearme civil contra los desastres tiene que ser una política pública asumida y anunciada por el gobierno. Una reforma hoy silenciosa, pero que al anunciarse, se profundizaría y se convertiría en irreversible. Sé que un ministro no uniformado en Defensa, como Jorge Nieto, entendió la necesidad de profundizar esa tendencia; pero me queda la duda de si, al no ser una reforma explícitamente anunciada en Palacio y al haber vuelto a la vieja costumbre de los ministros militares, ella peligre.
El actual jefe del Mindef, general del Ejército (r), José Huerta, está en la brega de la defensa civil ante los huaicos e inundaciones del verano. Bien por eso. Pasada la emergencia, bien haría en evaluar si el Mindef tuvo los recursos necesarios en este trance y si estas tareas son la prioridad de las FF.AA.