Cae, cae PPK, por Marco Sifuentes
Cae, cae PPK, por Marco Sifuentes
Marco Sifuentes

En estos días estamos viendo cómo dos renombrados hombres de empresa, de perfiles y estilos muy distintos entre sí, están demostrando que, efectivamente, los países no necesitan gerentes, sino presidentes. Donald Trump, en solo ocho días, rompió todos los récords de impopularidad, según Gallup, y alcanzó el 51% de desaprobación. ¿Saben qué otro presidente/gerente también acaba de llegar a esa misma cifra? Nuestro PPK. 

Obviamente no vamos a comparar a PPK con Trump. Mejor comparémoslo con sus antecesores. A los seis meses de sus respectivos mandatos, iban así: Toledo 32%, Alan 51%, Humala 54% y PPK –según la última encuesta de GFK– 35%. O sea, empate técnico, en el fondo de la tabla, de nuestro actual presidente con Toledo que, en esos primeros meses, tuvo que enfrentar el tremendo Caso Zaraí. ¿Cuál fue el equivalente ahora? 

Podríamos decir que la Zaraí de PPK ha sido Saavedra. Fue la pésima respuesta del presidente ante la censura al ministro más popular de su Gabinete (no lo olvidemos). Su minúscula bancada se fragmentó y nombres como Vieira, Guía o Sheput aparecían contradiciendo constantemente a su supuesto líder. Sus ministros –entre los que se cuentan algunas con alto perfil político– vieron cómo se dejaba desamparado a uno de sus colegas más renombrados y, en consecuencia, se fueron apocando hasta desaparecer. Finalmente, el grueso de sus votantes de la segunda vuelta terminó de decepcionarse cuando lo vio –en fotografías difundidas a traición– arrodillándose ante quienes encabezaron la defenestración de Saavedra: el poder religioso y la oposición fujimorista. 

¿Y todo para qué? Para que, ahora, un congresista ppkausa no solo pida vacancia presidencial sino “insurgencia popular” si el Ministerio de Educación insiste en enseñarle a los niños del Perú que no deben burlarse de ese compañerito del colegio al que le gusta el rosado.

Lo de Odebrecht, Chinchero, las inundaciones, todo eso solo han sido las cerecitas de este torpe pastel (recordemos que la encuesta se realizó en la tercera semana de enero, cuando ninguno de esos temas había terminado de germinar, o incluso de existir, ante los ojos de la opinión pública). Todo lo que vino después de la caída de Saavedra solo ha servido para reforzar la sensación de deriva que transmite este gobierno.

Los tecnócratas del gobierno insisten en que su objetivo está en el 2021, en la modernización a largo plazo del Estado, en el legado que quiere dejar el presidente. Todo eso está muy bien, por supuesto. Pero basta ya de lugares comunes: un país no es una empresa. No sirve de nada “gerenciarlo” si no se hace política.

Hacer política no es aparecer en la tele con la camisa remangada. Eso es creer, otra vez, que gobernar es dirigir una reunión de directorio. Hacer política es jugar al equilibrista. Y así como el problema de Trump es que se ha abierto demasiados frentes de batalla, el de PPK es que no se ha abierto ninguno. Tiene que comprarse un pleito. Uno grande y contra un adversario que vuelva a aglutinar a sus votantes. 

Si hubiera planteado la cuestión de confianza ante la mayoría fujimorista del siempre impopular Congreso, como se le dijo tantas veces, ahora mismo su aprobación (y, por tanto, su capacidad para seguir gobernando) estaría por encima de la línea de flotación. Demasiado tarde. A partir de ahora, el juego de PPK se llama sobrevivir. Adiós a los sueños de un legado para el 2021. De hecho, ahora el sueño será llegar al 2021.