"La nueva liberación individual procede en gran parte de la tecnología que ha permitido un salto en la intensidad de la interacción social, por la moderna accesibilidad y abaratamiento de los viajes, y especialmente de la comunicación". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La nueva liberación individual procede en gran parte de la tecnología que ha permitido un salto en la intensidad de la interacción social, por la moderna accesibilidad y abaratamiento de los viajes, y especialmente de la comunicación". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Richard Webb

Me educaron en la Edad Oscura, antes de que fuera descubierto el capital humano. Un año después de terminar mis estudios, Gerald Meier publicó el texto que se constituyó como la biblia del desarrollo económico durante tres décadas. La biblia era un compendio de textos de los más destacados economistas de la época. En la primera versión no aparece la frase “capital humano”, y la quinta revisión, publicada un cuarto de siglo después, dedica apenas cuatro de sus 500 páginas al tema.

Pero el concepto de capital humano ya estaba en un proceso silencioso de germinación. Tomó vida con la publicación del libro “El valor económico de la educación” del economista Theodore Schultz, casi en simultáneo con el libro de Meier, y eventualmente se volvería una biblia alternativa por su énfasis en la educación como motor del desarrollo. Años después sería citado como justificación para el Premio Nobel otorgado a Schultz. No obstante ese reconocimiento, la educación pasaría largas décadas sentada en la banca de suplentes antes de volverse el jugador estrella que es su papel actual.

Hoy, el capital humano es la estrella del equipo en el partido del desarrollo. El papel moderno de la educación vendría a ser el del mediocampista que alimenta a los puntales de la tecnología y la innovación, jugadores que hoy desplazan del papel estelar al cemento y las maquinarias. Es evidente que la condición necesaria para la buena performance tecnológica e innovadora es la calidad de la educación.

Pero además de su función productiva, la educación se ha vuelto una clave para otro gran objetivo de una economía: la equidad. La ventaja del capital humano es que, a diferencia de la mayor parte del capital físico de las empresas, el dueño o capitalista es el mismo trabajador, condición que le otorga una ventaja negociadora cuando del reparto se trata. Esa ventaja no resuelve el problema de la desigualdad pero lo reduce en la medida en que la retribución del trabajador no es ya solo un pago por sus horas de trabajo sino también por su creatividad y conocimientos especializados. Es más fácil democratizar el capital humano que el capital físico.

Pero el desarrollo económico requiere no solo de los conocimientos y de las capacidades productivas de cada individuo sino también de los aprendizajes sociales que facilitan y perfeccionan las relaciones humanas. En mi opinión, esa necesidad es tan importante como el aprendizaje de la lectura y la aritmética. Se trata de un capital humano no individual sino colectivo, que consiste en valores, rituales y costumbres de grupo, y cuya función es hacer posible la vida social con un mínimo de conflicto autodestructivo y un máximo de provechosa acción colectiva. El enorme avance educativo que se ha registrado en el Perú durante el último medio siglo ha estado dirigido casi exclusivamente a la creación de capital humano individual, descuidando la creación de capital humano de carácter social. Este enfoque desbalanceado del sistema educativo ha contribuido a la debilidad de las instituciones, a la falta de respeto por los bienes comunes y al aumento de lo que ahora llamamos informalidad.