El casco del ciclista, por Richard Webb
El casco del ciclista, por Richard Webb
Richard Webb

Mi formación para la profesión de economía fue de lujo. Estudié en universidades de gran reputación y con profesores que incluían algunos de los economistas más respetados en el mundo en esos años. Pero recién ahora, varias décadas más tarde, descubro que mi verdadera educación profesional fue adquirida no en las aulas sino en los cerros de Mala, aprendiendo a ser ciclista.

Es que para el ciclista es meridianamente claro que el éxito dependerá de dos logros, cada uno tan importante como el otro. El primero consiste en exprimir a la máquina la última gota de eficiencia. El segundo, en no caerse. Con eficiencia, tanto de la bicicleta como del cuerpo humano, se puede aventajar por unos segundos al rival. Pero caerse, aunque se trate del más veloz, significa llegar horas más tarde o salir de la carrera. El aprendiz de ciclista, aprende la lección casi al instante, sin necesidad de manuales o libros de texto. En su caso, la letra con sangre entra, literalmente. 

El economista aprendiz no tiene esa suerte. La experiencia nos dice que la fórmula para salir de la pobreza es idéntica a la del ciclismo –eficiencia y no caerse–, pero el currículum y los textos del estudiante de economía se dedican preponderantemente a la eficiencia productiva, objetivo que se considera materia para una ciencia matemática y científica. Los casos de caídas de la economía son tratados más bien como aberraciones o fenómenos accidentales, materias más para el arte del psicólogo o del sociólogo que para la ciencia económica. 

La importancia de las caídas para el caso peruano ha sido documentada en una reciente obra del profesor Bruno Seminario. Este autor ilustra el poder de las “catástrofes,” económicas, militares, naturales o provocadas por epidemias y enfermedades, mediante una comparación del desarrollo del Reino Unido con el del Perú. Estima que el ingreso por persona en el Reino Unido era apenas 30% mayor al peruano en el año 1600 pero que, desde esa fecha, el británico creció 24 veces mientras que el peruano apenas 8 veces, creando así una brecha enorme entre las dos economías. Cuando analiza las causas del atraso peruano descubre que se explica por el mayor número de catástrofes e interrupciones productivas sufridas en el Perú. Estas incluyeron terremotos y epidemias durante la Colonia, pero su incidencia fue particularmente fuerte a partir del siglo XIX, notablemente por la Guerra del Pacífico y una sucesión de crisis financieras.      

Si dejamos de lado la historia para mirar el presente, lo que observamos es una nutrida lista de factores “no-económicos” que amenazan el desenvolvimiento productivo normal, pero que escapan de los conocimientos tradicionales del economista. Estos incluyen la recesión económica mundial y una larga lista de amenazas, como la violencia terrorista, el fenómeno de El Niño, el calentamiento global, la degradación del medio ambiente, la ola delictiva y de corrupción y, más generalmente, el debilitamiento de la capacidad de gobierno. Uno o todos esos factores se presentan hoy como determinantes principales del curso futuro de la economía.

Todo indica que la tarea científica del economista tiene mucho por completar y quizás reformular para apoyar a los gobernantes futuros que deberán lidiar con esa complicada agenda económica que tiene tanto de “no-económico”. Mi sugerencia es que el economista adopte como parte de su indumentaria regular el uso de un casco de ciclista. Así vestido, se inclinará a sopesar y entender mejor los riesgos de interrupción productiva que son tan o más “factores económicos” que las reglas de la productividad aprendidas en las aulas.