Ceguera política, por Patricia del Río
Ceguera política, por Patricia del Río
Patricia del Río

En el libro “Ensayo sobre la ceguera”, José Saramago describe un mundo apocalíptico. Un mundo en el que los hombres se van quedando ciegos y tienen que aprender a vivir sin ver. Un mundo donde la lucha por la supervivencia destruye todas las convenciones sociales conocidas, que son reemplazadas por la ambición personal, por el egoísmo, por la absoluta incapacidad justamente de ‘ver’ al otro.

Tras los acontecimientos políticos de la última semana, la analogía con la novela del escritor portugués parece inevitable: el Perú está redactando su propio ensayo sobre la ceguera. Nos estamos convirtiendo en un país donde el otro simplemente no importa. No existe. Y si bien esta actitud egoísta está en cada uno de los ciudadanos, como señalábamos la semana pasada, horroriza comprobar cuánto se ha apoderado de nuestra política. Cuánto se ha perdido la idea de bien común entre quienes tienen la responsabilidad de legislar para todos, de gastar adecuadamente el dinero de todos, de tomar decisiones fundamentales para hacernos la vida más llevadera a todos.

Si bien el ejercicio de la política en el Perú nunca se ha caracterizado por su estilo principista e intachable, creo que, poniendo las dictaduras de lado, hace tiempo no estábamos tan lejos de lo que se espera de nuestros gobernantes. Hace mucho tiempo que no experimentábamos este divorcio entre los problemas reales de los ciudadanos y la irresponsabilidad de un grupo humano que, atarantado por los pleitos personales y las rencillas particulares, se olvida de la obligación que tiene para con todo el país. 

Y ocurre en todos los niveles de gobierno. Así, mientras el actual alcalde está preocupado por borrar, con pintura o como sea, lo hecho por la señora Villarán, las combis del Chosicano siguen peleándose los pasajeros de la Carretera Central y ocasionando triples y cuádruples choques. Así, mientras el Congreso de la República censura a la primera ministra Ana Jara y se vuela a todo su Gabinete, los huaicos y las lluvias se desparraman por Tumbes, Piura, Amazonas, Arequipa, Lima, Cajamarca y prácticamente cada rincón del Perú donde se mire. Así, mientras los buses se desbarrancan, los hospitales colapsan, las madres entierran a sus hijos, las carreteras desaparecen, el presidente Humala evade la crisis política y minimiza las consecuencias de la fragmentación de su propia bancada que él mismo generó. 

La política del “si tú me insultas, yo te contesto. Si te metes conmigo, mañana nos vengaremos. Si me chuponeas, te hackeo el mail. Si me abres una investigación, yo te invento cuatro” se ha instalado entre nosotros. Y si no fuera porque el voto sigue siendo obligatorio en el Perú, estoy segura de que el porcentaje de ciudadanos que se acercaría a seguir eligiendo autoridades sería mínimo, porque ya se perdió la esencia básica de la representación. Porque alcaldes, congresistas, el presidente, sus seguidores y sus detractores no están interesados en resolver los problemas de los otros, que somos nosotros. Porque ya no existimos. Porque nos están gobernando unos ciegos.