El ciempiés tiene reumatismo, por Rolando Arellano
El ciempiés tiene reumatismo, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

En el país de los insectos, hay una gran preocupación porque al ciempiés le han diagnosticado reumatismo. En algunas de sus cien patas, el pobre ha empezado a tener dolores que podrían llevarlo, según el muy reservado doctor araña, a mayores dolores futuros.

Las libélulas se han dedicado a difundir la muy mala noticia. “El ciempiés está algo enfermo”, dice una, y la siguiente transmite que está bastante mal, la que sigue repite diciendo que está sufriendo mucho y las que vienen detrás, felices de la figuración por transmitir la mala noticia, hablan ya de un posible desenlace fatal.

Un saltamontes dice que la culpa sería de la humedad producida por las lluvias recientes, que inundaron parte del terreno donde vivía el ciempiés, pero otro, que estudió en zonas lejanas lo corrige diciéndole que se trata de una reacción alérgica al polvo contaminante que emiten las termitas. Un tercero pronostica, sin mayor argumento, que en 12 meses se pondrá peor, y muchos otros dan plazos variados, entre 6 meses y 4 años, pero todos señalan que la evolución sería grave.   

Las mariposas, muy preocupadas por la mala noticia, empiezan a criticar por negligencia a la señora ciempiés. “Debiera haber cuidado mejor las patas de su esposo”, dicen. Las encuestas publicadas encuentran que más del 80% de las polillas, el 73% de las cochinillas y el 64% de los mosquitos creen que la culpa la tiene la consorte. Las declaraciones de inocencia de la atacada no parecen influir en la opinión, ni tampoco sus pedidos de ayuda.

Los grillos, desde su olla, dedican su tiempo a buscar al culpable y forman comisiones para investigar al gran escarabajo, el jefe elegido del país, por no haber tomado las medidas para evitar que el hogar del ciempiés se humedezca. “Es una vergüenza –dice el grillo mayor– que al gran escarabajo no le importe el sufrimiento de los insectos más débiles”. Las avispas, aliadas de los escarabajos, se oponen rotundamente a ese proceso y amenazan con represalias.

Ante la insistente pregunta de un chinche sobre cómo ayudar al ciempiés, una muy estudiada langosta da su receta: “Hay que convertirlo en pez, con lo cual ya no tendrá necesidad de patas y podrá vivir feliz”, dice. ¿Y cómo hacemos para transformarlo en eso?, repregunta el chinche. ¡Caramba, no esperen a que uno solucione todo, para eso están los técnicos!, responde la erudita. 

Mientras tanto, todo el pequeño país está revoloteado y nervioso (los escarabajos hacen menos pelotas y los gusanos de seda han disminuido en 12% su producción de seda), salvo las hormigas, que no se han dado por enteradas. Ellas no han escuchado a las libélulas, pues no tienen mucho tiempo, y siguen trabajando en sus galerías, recolectando comida para luego. 

Felizmente, algunas abejas se han puesto a trabajar para ayudar al ciempiés. A pesar de las zumbas de los zancudos, que las llaman ingenuas, lo están alimentando con polen para fortificarlo, y comenzaron a masajearle las patas con la cera más suave de sus colmenas. Eso parece estar dando resultados, pues el enfermo ha comenzado a sentirse mejor.     

¡Ah!, dice la oruga, si en este país hubiera más abejas trabajando para mejorar las cosas y menos grillos, mariposas, langostas o libélulas dando diagnósticos y difundiendo las malas noticias, todos seríamos mucho más felices.