(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia del Río

No importa cuánto hayamos gastado ayer en peluches. Cuántas rosas se vendieron, cuántos chocolates llegaron medio derretidos a su destino. Podemos llenar las calles de corazones y colgar cupidos calatos de las ventanas, podemos imprimir frases cursis en polos y tazas o atravesar la ciudad colgados de una nube de globos, pero nada de eso podrá ocultar una realidad triste, que no tiene nada de cursi: nos falta amor

Nos falta amor cuando tiramos nuestra colilla de cigarro a la arena sin importarnos un rábano que puede demorar diez años en descomponerse. O cuando después de tomar una rica cremolada lanzamos la cañita al mar que luego quedará atravesada en la garganta de algún pobre pelicano. 

Nos falta amor cuando nos cruzamos con la vecina o con la chica que toma el metropolitano siempre a la misma hora en el mismo lugar, y la miramos lascivamente. Cuando la incomodamos apretándonos contra ella en el micro, cuando nos parece rico o gracioso que la pobre se muera de angustia cada vez que nos cruzamos en su camino. 

Nos falta amor cuando nos indignamos al leer en los diarios sobre niños ultrajados, pero cuando nos cruzamos con ellos en las calles, y los vemos solos, desamparados, pasamos de largo como si fueran parte del paisaje. 

Nos falta amor cuando de la discrepancia hacemos una guerra. Del intercambio de ideas, un intercambio de insultos. Cuando convertimos las diferencias en trincheras para darnos siempre la razón a nosotros mismos. 

Nos falta amor (propio) cuando permitimos que nos gobiernen autoridades corruptas. Cuando reelegimos personas que se robaron el pasado de nuestros padres y el futuro de nuestros hijos. Cuando permitimos que un alcalde nos insulte, cuando aguantamos en silencio que algunos congresistas crean que legislar sobre casos de violación no es importante. 

Nos falta amor cuando permitimos que los empresarios se quejen sobre la inestabilidad política y económica por la que atraviesa el Perú, sin escuchar ningún mea culpa a cambio. Cuando no los obligamos a asumir su parte en los delitos de corrupción. Cuando no les exigimos medidas concretas y muestras claras de que empezarán a trabajar en limpio.  

Nos falta amor cuando un alto funcionario hace que una ambulancia lo espere para él pasar primero y llegar más rápido a su casa. Cuando nos prendemos de la bocina como posesos para avanzar tres metros. Cuando aceleramos justo cuando un peatón trata de cruzar la pista. 

Nos falta amor cuando queremos imponer nuestras formas de ver el mundo. Cuando no permitimos que otros se amen con libertad, se casen por amor. Cuando nos atrevemos a sentirnos mejores que los demás y ponernos de ejemplo. 

Nos hace falta amor propio, amor ajeno, amor por el otro, amor por lo nuestro. Nos hace falta tanto…