El corazón del monstruo, por Rolando Arellano
El corazón del monstruo, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

Como lo ha dicho el ministro Thorne, y lo ha mostrado Alfredo Torres en este Diario, la informalidad tiene muchas formas de presentarse. Hoy que se tiene como prioridad luchar contra este problema, conviene entender que más que varios animales distintos, la informalidad es un solo monstruo con varias cabezas. 

Una de sus cabezas es la informalidad de registro, señalada por autores como Hernando de Soto, para quienes informal es quien tiene propiedad no registrada legalmente, lo que le impide disfrutar de todos sus beneficios. Otra es la informalidad social, de quien actúa contra lo socialmente adecuado, como dar coimas, falsificar marcas o vender libros y discos piratas. Hay también la cabeza de la informalidad tributaria, de quienes no pagan los impuestos y tributos que la sociedad exige para el bienestar general. Y existe la informalidad administrativa, de quien no cumple los trámites exigidos, construye sin licencia o no paga los derechos de los trabajadores.

No es que el Perú sea un caso especial, pues la palabra ‘informal’ se usa para asuntos tan variados como los prestamistas de Togo, el mercado “rosa” de Tailandia y el trabajo de albañilería no declarado en Canadá (para más información se puede ver el libro “Les entreprises informelles dans le monde”, Arellano, Gasse y Verna. Universidad Laval, Canadá, 1994). Pero lo importante de conocer su variedad es entender que solo podremos acabar con el problema si lo atacamos de manera integral. 

Porque hoy vemos esfuerzos para luchar contra la informalidad que son antagónicos con otros que buscan el mismo resultado. Así, quienes quieren hacer más simple el registro formal de los bienes se enfrentan a quienes buscan más formalidad exigiendo por el contrario más normas de control. Y quienes quieren que se pague más impuestos se enfrentan a los que consideran que más bien se debe liberalizar la economía, para así lograr más desarrollo. Y hay quienes, para formalizar, piden que haya menos beneficios a los trabajadores, exactamente lo contrario a lo que otros plantean con el mismo objetivo. Cada quien quiere matar a su cabeza del monstruo, pero ninguno apunta al corazón del animal. 

¿Y cuál es el corazón de la informalidad? Básicamente, lo es la ineficiencia del Estado, que le impide aprovechar bien los recursos que recibe y no le deja balancear los intereses divergentes de los ciudadanos. Una ineficiencia que genera desconfianza en el pueblo, que no quiere entregarle recursos ni autoridad y prefiere por tanto vivir fuera del sistema. Una ineficiencia que tenemos que enfrentar reformando urgentemente el Estado, para evitar que continúe haciendo renacer las cabezas del monstruo que queremos exterminar.