Cosito, “Cosas” y el poder, por Liuba Kogan
Cosito, “Cosas” y el poder, por Liuba Kogan
Redacción EC

Las declaraciones de la primera dama a la ” evidencian que su papel como asesora o consejera del presidente no se da entre bambalinas; sino todo lo contrario, sabemos que la política le brota por los poros y que no se aguanta. Otras primeras damas en nuestro país desarrollaron sus propias agendas políticas con discreción, poca simpatía pero cálculo personal, sacrificio o fino cálculo político al tragarse públicamente las infidelidades de sus maridos. Cada pareja presidencial tuvo su estilo, sus “asesores”, sus vicios privados y sus virtudes públicas. 

El clamor por “poner en su sitio” a la primera dama puede implicar varias cosas. En primer lugar, una añoranza popular y tradicional que llevaría a empujar a Nadine a encarnar el papel de la mujer de la familia de los años de la posguerra: dedicada al ornato del Palacio “”, asumiendo una causa en favor de los niños desfavorecidos y acompañando al presidente a las galas nacionales e internacionales siempre con una sonrisa, pero con la boca cerrada. En segundo lugar, un cálculo político mediático para seguir jalando hacia abajo la popularidad “de la pareja presidencial”.

Sea como fuera, la entrevista en “Cosas” trasluce un asunto más complejo, el de un sistema del siglo XIX que prolongaba la imagen de la familia en la de la política: el presidente como padre que impone la ley, su esposa como madre bienhechora de la nación y los ciudadanos, sus hijos. Más allá de que el puesto de primera dama se encuentre en un limbo en la burocracia estatal, lo relevante es que las familias ya no son como las del siglo XIX, ni las mujeres cumplimos las mismas funciones que las de décadas pasadas porque ahora somos profesionales como los hombres y tenemos voz para opinar. El asunto que no queda claro en este sistema decimonónico es dónde se traza esa línea que separa la voz de la mujer esposa, la mujer política o la mujer profesional. Cada país lo ha trabajado según la conveniencia política y personalidad de gobernantes y cónyuges. 

En esta comedia de equivocaciones donde cuesta cada vez más que las esposas no se salgan de los papeles acordados para encarnar la familia ideal de la nación y donde los propios presidentes tienden a incumplir sus roles ideales de padres y esposos, ¿no convendría pensar en la Presidencia de la República como un cargo como cualquier otro sin el lastre de la familia?

¿Acaso no sería ideal elegir presidentes –hombres o mujeres–, quienes harían campañas sin la imagen de sus familias y con el compromiso legal de separar la actividad laboral del cónyuge, asegurando a la vez el secreto de la información que pueda obtener incluso de manera involuntaria?

En las grandes empresas de nuevo cuño, los gerentes (hombres o mujeres) asisten a las reuniones, congresos o espacios para cerrar negocios sin sus cónyuges. Pues separan el espacio público del privado, lo que sucede en gran parte porque negocian con personas de ambos sexos, casados, solteros y de diferentes orientaciones sexuales. 

Tal vez así –de taquito– tendríamos más política y menos farándula en el espacio público.