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Cotler y De Soto, un té de tíos, por Fernando Vivas - 2
Fernando Vivas

El capitalista de los misios y el sociólogo de los derrotados, el planificador pro gubernamental y el gurú no gubernamental, como la izquierda oenegera que le tiene por uno de los suyos, aunque él no es de nadie. El testimonio de un vanidoso – lo es y lo asume– y el análisis de un soberbio – lo es y le llega–, mientras Raúl Vargas les sirve té o café, según el ánimo de cada intervención.

RPP tuvo la buena idea de juntar el pasado sábado a este par de tíos célebres para remembrar los 22 años del . Ambos lo deploraron en nombre de la democracia sin etiquetas, pero con un matiz de distancia: De Soto, engolado, insistió en que el golpe no tenía justificación económica, pues el modelo ya había sido bendecido por el Banco Mundial en una reunión de 1990 de la que él da fe; Cotler, asado, se pasó el modelo por las pelotas y aseguró que hizo el golpe para asegurarse la alianza con los militares que diera curso a sus fines corruptos. Raúl, en nombre de todos nosotros, recibió las dos bofetadas, una para la derecha, otra para la izquierda: “No fue la economía, estúpidos”, ¡plaf!; “esto fue ‘realpolitik’, animales”, ¡plaf!

Y, sin embargo, el ‘tête-à-tête’ fue tan pacífico como un té de tíos. Las bofetadas fueron para terceros. Entre ambos trataron de ponerse de acuerdo con una ‘summa peruviana’ de factores que explican la azarosa historia de Fujimori por encima de las ideologías y por debajo de los determinismos estructurales. De Soto, precavido, se escudaba en hipótesis; Cotler, valiente, se mandaba de hacha, como primer opinólogo de la nación: “Alan García es el destructor de un país [...], pocas veces hemos tenido a un Guzmán, un García y un Fujimori. Ese trío ha traído consigo la transformación total que hemos tenido en el país, para mal generalmente”.

Cotler no vende nada más que el brillo y la autoridad de sus análisis. Ni siquiera ofrece predicciones, pues no quiere repetir sus yerros del 2011 cuando descartó a Humala. De Soto vende planes y recetas para incorporar informales a los ejércitos del capitalismo, y no ha tenido reparos en negociar con dos de la trilogía cotleriana del mal: García y Fujimori. 

Ambos hacen bien y los respeto. “Clases, Estado y nación en el Perú” (1978), de Cotler, me convenció de estudiar Sociología y “El otro sendero” (1986), de De Soto, fue tema de mi examen de licenciatura. Cotler cree en la lucidez del pesimismo. Él bebe de ella con estupendos resultados analíticos. Nos dejó, literalmente, sin piso, con su auroral teoría del triángulo sin base y, en la cita del sábado, volvió a ella al hablar de la cuasi imposibilidad de los partidos para articular los diversos y contradictorios intereses de ciudadanos formales e informales.

De Soto, en cambio, tiene que ser optimista por convicción y por legítimo oficio. Si no hay base para articular nada, pues él la inventa, aunque sea en el papel que otorga un título de propiedad, un régimen de simplificación administrativa o un crédito superblando a los pobres desahuciados por otras teorías. Una vez me explicó cómo convenció a un autócrata musulmán de que gobernaba un país de verdad y que podía adecentarlo comprándole sus recetas. La acción sin remilgos y el análisis sin anestesia. Quiero oírlos de nuevo.