El presidente del Congreso, Daniel Salaverry, fue quien recibió en el hemiciclo al primer ministro, Salvador del Solar, y quien lo despidió tras su discurso. (Foto. Anthony Niño de Guzmán / GEC)
El presidente del Congreso, Daniel Salaverry, fue quien recibió en el hemiciclo al primer ministro, Salvador del Solar, y quien lo despidió tras su discurso. (Foto. Anthony Niño de Guzmán / GEC)
Patricia del Río

Se aprobó la cuestión de confianza y el Ejecutivo volvió a rayar la cancha sobre la que se jugarán los próximos meses de este partido que a veces se enfría y se pone aburridón, y otras se calienta y todos intentan meter goles a empujones, con algo de garra y poca astucia.

Estos últimos días hemos asistido a innumerables discusiones en los que todos (o nadie) parecían tener la razón: las palabras “mandato imperativo”, “imposición de plazos”, “mesa de partes”, “dictadura” se han repetido sin que el ciudadano entienda esta perorata, casi tan técnica como estéril, en la que cada poder del Estado involucrado parecía estar justificando por qué no había hecho su trabajo. Porque no nos hagamos ahora los tuertos, en este mediocre juego hay dos responsables: por un lado, está el ya famoso Congreso ociosón para lo importante y trabajadorcísimo cuando de blindar corruptos se trata; y por el otro está el Ejecutivo, que no solo no muestra avances en los temas que le competen (seguridad ciudadana, reconstrucción), sino que se ha caracterizado por tener una pobrísima relación con el Parlamento. Y no nos referimos a los fujimoristas y apristas con los que puede ser imposible dialogar, el presidente Martín Vizcarra no se ha ocupado de establecer estrategias conjuntas con bancadas que podrían ser afines a su gobierno, ni siquiera ha sido capaz de establecer lazos con su propia gente a la que ninguneó de manera sistemática desde que llegó a la presidencia.

Sobre este extraño escenario en el que hay un Congreso al que le da flojera legislar sobre temas trascendentes y un Ejecutivo que quiere hacer grandes cambios sin hacer política, se tiene que desplegar una reforma que es fundamental para nuestro país. Una reforma que sí reclama la ciudadanía cuando pide que se larguen los corruptos, que no lleguen delincuentes al Congreso, que se les dé igualdad de oportunidades a los hombres y a las mujeres. Una reforma que, de hacerse completa, podría cambiar las reglas de juego que han permitido la creación de una clase política poco profesional y mafiosona. Una reforma que, de hacerse bien y pensando en el futuro, adecentaría la manera de gobernar nuestro país y permitiría tener más plata para combatir la anemia, más recursos para comprar patrulleros o construir más puentes.

Hemos postergado por años los cambios que necesita un país que pasó de ser pobre e inviable, a ser luchador y con esperanza. Hoy que hay más trabajo, que el esfuerzo de millones de peruanos se ve recompensado con mejores niveles de vida, que la corrupción se ha hecho evidente, se necesita gente mejor para que se encargue del futuro. Hasta ahora, el partido que juegan nuestros políticos por el Perú ha sido un desastre, pero todavía quedan minutos para hacer buenos goles. Vamos, no pierdan la oportunidad de dejar la cancha con algo de dignidad. Los hinchas de nuestra patria nos merecemos algo mejor.