Dale like, no lo ignores, por Patricia del Río
Dale like, no lo ignores, por Patricia del Río
Patricia del Río

Rezo. A veces lo hago mientras manejo o corro. Otras veces, lo hago sola, antes de dormir, o acompañada de mi hijo. Puede que recurra a alguna de las oraciones conocidas, o puede simplemente que converse con Dios. Considero que rezar es una forma de humildad, de conectarnos de una manera personal y sincera con aquello en lo que creemos y, sobre todo, es una forma de pensar en los demás. Rezar es la oportunidad que tenemos diariamente de dedicarle a alguna causa ajena (la salud de alguien, su bienestar, su seguridad) parte de nuestras energías y nuestro tiempo. 

Gracias a la tecnología y las redes sociales, podemos enterarnos hoy, con mucha más rapidez que antes, sobre los bienes y los males de los otros. Celebramos en el Facebook los nacimientos, los cumpleaños y las recuperaciones; pero también anunciamos las enfermedades, los malestares y las muertes. Cada vez que me encuentro con alguna amiga que pide una oración por su nieto que está grave, o su padre que falleció, rezo por ellos. Me uní, como muchos de ustedes, a las plegarias por la recuperación de Sonaly Tuesta cuando estuvo muy enferma, y no sé si fue nuestra oración la que nos la devolvió sana o si la ciencia hizo su trabajo, de lo que estoy absolutamente segura es que ese acto de pensar en otro, de ponernos en contacto con nosotros, de pedir perdón y perdonar, solo puede ser fuente de cosas buenas.

Por eso, hay una moda que circula por redes sociales que me parece nefasta. Cada vez es más común encontrar fotos absolutamente amarillistas, de niños con enfermedades terribles o víctimas de maltrato explícito, a las que acompañan textos como el siguiente: “Este es Julián, el hijo de mi amiga Cecilia Lesoto, sufre una terrible enfermedad, necesita de tu oración, no lo ignores, dale like y escribe amén para su recuperación”. Algunas veces te piden que además reces, otras te vaticinan miles de plagas si no le haces caso. Por supuesto, si uno hace un seguimiento descubre que es un fraude. La instrumentalización del dolor ajeno llega a tales niveles, que los que hacen circular estos absurdos pedidos no saben quién es el niño de la imagen, ni les importa qué le pasa realmente.

No soy una persona de fe inquebrantable y crecí en una religión que no entiendo, pero la oración, como a muchos otros, me hace sentir segura, útil, acompañada. Por eso, esto que podría considerarse simplemente una moda ridícula, me parece que esconde un trasfondo macabro: utilizar el dolor ajeno, el valor de la oración y la preocupación por el otro como gancho para uno de los fines más banales y estúpidos que han nacido con la tecnología: el de llamar la atención a cualquier precio y por las puras. El de cosechar likes y comentarios para alimentar una popularidad narcisista, vacía y cada vez más horrenda.