David y Goliat, por Richard Webb
David y Goliat, por Richard Webb
Richard Webb

Lima es el Goliat de la economía peruana. La ciudad hoy produce el 50% del PBI nacional, mientras que sus residentes dan cuenta del 40% del consumo total del país. Tamaña desproporción es cosa del siglo XX. A inicios del siglo pasado, Lima ejercía las riendas del poder político, pero, más allá de esa actividad burocrática, su contribución a la economía nacional era reducida. Su población en 1900 era poco más de cien mil personas, apenas la mitad de la población actual de Juliaca.  

La explosión poblacional de Lima durante el siglo XX ha sido sobre todo un fenómeno productivo, no parasítico como muchos piensan. Ciertamente, hace un siglo Lima vivía de la riqueza extraída de minas, haciendas y otras actividades de las regiones. Y también es cierto que han crecido sustancialmente los tributos generados por actividades mineras, pesqueras y agrícolas. No obstante, creo que el flujo neto de riqueza se ha vuelto favorable a las regiones por la expansión del gasto del Gobierno Central en programas productivos y servicios sociales afuera de Lima, más las transferencias a los gobiernos locales.

Lima ha sido un motor de desarrollo desde hace un siglo. Sus actividades productivas, de fábricas, talleres, tiendas y diversos servicios multiplicaron la demanda laboral, crearon puestos de trabajo para sus propios residentes y para una migración enorme desde las provincias, pero además contribuyendo sustancialmente a la expansión del PBI nacional. La clave para entender la fuerza de Lima como motor productivo son las economías de aglomeración. Cuando se trata del número de personas o de empresas en un lugar, la aritmética deja de funcionar. Dos más dos ya no se convierten en cuatro sino en cinco. La tecnología nos está abriendo los ojos al poder casi mágico de la conexión, pero, durante siglos, la evidencia principal de ese poder ha sido el desarrollo de las ciudades.

Si usamos las encuestas de hogares para comparar la productividad en centros poblados de distinto tamaño, aprovechando que esas encuestas miden los ingresos familiares y permiten separar los ingresos laborales, que reflejan productividad, de los ingresos que se reciben como transferencia, los datos revelan una diferencia sustancial en la productividad laboral según el tamaño de la localidad. A más grande la población, más alta la productividad. En el caso extremo, la productividad promedio en Lima es casi tres veces mayor a la de los poblados rurales. 

Sin embargo, empieza a surgir evidencia de un cambio en la lógica de la aglomeración: la ventaja de Lima sobre las ciudades menores se viene reduciendo. En el 2004, la productividad media en Lima era 3,5 veces mayor a la del poblado rural. En el 2015, la ventaja se había reducido a 2,8 veces. Al mismo tiempo surgen rápidamente la población y la productividad en los pueblos y las ciudades menores. 

Habría dos explicaciones de esa nivelación. Primero, Lima ha perdido parte de su ventaja por un mal manejo del transporte urbano, reduciendo así la ventaja que le otorga su tamaño. Al mismo tiempo, los pueblos y las ciudades menores –los David de nuestra historia– vienen gozando de una mejora en la conectividad, gracias al teléfono celular y a una mejora en sus vías terrestres.