Desigualdad, productividad y un huaico, por Richard Webb
Desigualdad, productividad y un huaico, por Richard Webb
Richard Webb

Una vez más, el libro de Efraín Gonzales de Olarte “Una economía incompleta” me provoca un comentario. Su estudio enfatiza la importancia de la estructura de una economía, no solo el tamaño del PBI. Una razón, dice, es que la desigual productividad entre las actividades productivas se traduce en desigualdad de ingresos. Además, la desigualdad es difícil de revertir. En el papel, el Estado puede equilibrar las cosas cobrando impuestos al más productivo y luego repartiendo ese dinero entre la población menos productiva. Pero entre teoría y realidad hay mucho trecho, quizás especialmente en el Perú. 

El estudio de Gonzales de Olarte nos recuerda la necesidad de una ciencia de la redistribución. O sea, de pautas para reducir la desigualdad con un mínimo de costo productivo. Cuando se debaten las políticas de desarrollo, la práctica del economista ha sido excluir el tema distributivo por considerarlo un asunto político, no sujeto a la técnica de su profesión. Pero el manejo político se encuentra tan sujeto a lógicas del comportamiento humano como el manejo económico, leyes quizás más intuitivas y menos matemáticas que las de la economía, pero que no dejan de ser materia de estudio.   

Acostumbramos atribuir la desigualdad al poder político, pero en alguna medida es efecto también de una simple carencia de conocimiento, de una ciencia redistributiva que entienda tanto de los aspectos económicos involucrados como de los aspectos psicológicos y políticos. El desconocimiento torpedeó la medida redistributiva más ambiciosa realizada en el Perú, la reforma agraria del gobierno del general Velasco, cuyo resultado fue casi nulo en términos de reducción de pobreza. Faltó conocimiento técnico de los bajísimos niveles de productividad y de la imperiosa necesidad de infraestructura. Y faltó también el conocimiento político y sociológico necesario para lograr estructuras organizativas de producción aceptables para el campesinado.

La carencia de ciencia redistributiva se hace evidente también en los países más desarrollados, especialmente en EE.UU. y Europa, donde las reacciones ante la desigualdad están generando desconcierto y un terremoto político. 

Paradójicamente, el Perú es un ejemplo también del fenómeno contrario, un éxito redistributivo producto más de accidentes que de ciencia. Me refiero a la descentralización política iniciada en el 2002, cuyo efecto redistributivo supera de lejos el de cualquier otra política en la historia del país. Durante más de una década, los ingresos y las condiciones de vida de la población rural han aumentado más rápidamente que los de la población urbana. En realidad, intervinieron dos accidentes o huaicos en ese resultado. El primer huaico fue un desborde político producido al final del gobierno de Fujimori, que incluyó una reacción al centralismo y una repentina explosión de apoyo a favor de la descentralización (la que fue aprobada casi sin estudio técnico ni preparación). El segundo huaico fue el auge de los minerales que produjo un crecimiento explosivo de la recaudación fiscal con la que se generó una ola de dinero para los gobiernos locales, que de inmediato se dedicaron a construir la infraestructura que fue la clave para un salto en la productividad del campo.