“Las distopías de hoy tienen otros miedos futuros, que corresponden a nuevas inquietudes presentes”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Las distopías de hoy tienen otros miedos futuros, que corresponden a nuevas inquietudes presentes”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia del Río

Están de moda las “ficciones distópicas”, aquellas novelas en las que se proyecta un mundo sombrío, una sociedad aberrante en la que en nombre de la moral y las buenas costumbres los seres humanos imponen la arbitrariedad o el abuso de poder. El ejemplo más famoso de ficción distópica es la novela “1984”. Tras la Segunda Guerra Mundial, a George Orwell y otros escritores los invadió el pánico al totalitarismo, a que se impusieran formas de gobierno en las que el individuo desapareciera para convertirse en parte de un colectivo manipulable. Las distopías de hoy tienen otros miedos futuros, que corresponden a nuevas inquietudes presentes. En “El cuento de la criada” de Margaret Atwood y “Vox” de Christina Dalcher la preocupación está puesta en las mujeres. Ante el avance de los fanatismos hiperconservadores y violentos, las autoras imaginan futuros en que las mujeres son esclavizadas y vejadas. En el universo de Atwood, las chicas son exclusivamente máquinas de parir. En el de Dalcher, las damas no pueden hablar. Todas llevan un dispositivo en la muñeca, si dicen más de 100 palabras sufren una descarga eléctrica.

Toda ficción distópica desarrolla en el futuro imaginado las grietas de un presente que se desmorona. Más que un ejercicio de imaginación, es un ejercicio de “qué pasaría si…”, al que la razón le rehúye porque le resulta insoportable. Pero las claves del porvenir no son un misterio, están ante nuestros ojos y solemos minimizarlas. Nuestro país está atravesando una coyuntura compleja que nos obliga a mirar hacia adelante: el destape de la que ha puesto a todos nuestros ex presidentes en el banquillo de la justicia es traumático. Haciendo una analogía burda, una cosa es que sospeches que tu pareja te es infiel; otra que compruebes con pelos y detalles la cantidad de veces que te sacó la vuelta con entusiasmo.

Si Sendero Luminoso nos enfrentó al odio irracional y Fujimori al lado oscuro del poder; los protagonistas del Caso Lava Jato son la cara más grosera de la codicia, de la angurria. Cómo no pensar, entonces, en “qué pasará si” no logramos vencer la corrupción. Qué futuro nos espera si no mejora nuestra clase política. En qué mundo vamos a vivir si dejamos nuevamente que se imponga la desvergüenza y la pendejerez.

La necesidad de que forjen bases más sólidas para una verdadera democracia no es un capricho. Mucho menos la pataleta de un presidente sin muchas luces y herramientas para conseguir lo que quiere. Es la demanda de un pueblo que quiere imaginar utopías, no distopías. Es la desesperación por ofrecerles a nuestros hijos un mundo más digno. La clase política, toda ella, no ha estado a la altura de este anhelo. Ha fallado con alevosía y desprecio por el ciudadano. Y no, no les ha dado vergüenza. Si algo de esto no cambia, solo el tiempo dirá qué clase de pesadilla han contribuido a construir.