Un 3,12% fue el crecimiento del PBI anualizado a abril del 2017, de acuerdo con el INEI. (Foto: El Comercio)
Un 3,12% fue el crecimiento del PBI anualizado a abril del 2017, de acuerdo con el INEI. (Foto: El Comercio)
Richard Webb

Ahora somos siete mil millones de habitantes en el arca de Noé, por lo que no debe sorprender cierto desbarajuste. Pero hay una curiosa diferencia en cuanto al desorden humano. Cuando se trata de alimentarnos o de cumplir otras necesidades económicas, no nos ha ido tan mal. En casi todo el mundo, la producción crece, la pobreza se reduce, y aumentan los medios para educarnos, mejorar la salud y comunicarnos. Lo que no ha funcionado muy bien es la convivencia. El acuerdo se desmorona. Hasta en los estados “avanzados” de Europa y Estados Unidos, las prácticas de tolerancia, coexistencia y debate civilizado dan marcha atrás. En el Perú campea lo antisocial. ¿Cómo entender el doble resultado, éxito en lo económico, fracaso en lo político?

Una parte de esa paradoja fue explicada por Adam Smith hace dos siglos. En la economía productiva, dijo, el esfuerzo de cada individuo es impulsado por el interés propio, pero el camino para lograr esa ventaja consiste en producir cosas que tienen valor para otros. Así, el esfuerzo interesado termina impulsando la producción y haciendo crecer a la economía como un todo. En lo económico, dijo Smith, una “mano invisible” convierte el interés individual en una mejora colectiva.

Lamentablemente, cuando se trata de los objetivos no productivos de una sociedad, el interés particular no suma sino resta. El egoísmo que funciona para la economía no tiene el mismo resultado positivo para la política ni para otras instancias de la vida comunal, como las comunidades y los barrios donde vivimos, o las diversas asociaciones a las que pertenecemos.

Fuera de la economía, no parece existir una mano invisible dedicada a transformar la acción egoísta de cada uno en un mayor bienestar general. Más bien, como se observa actualmente en el Perú y en muchos países, la aritmética de los intereses personales produce un resultado negativo. Conforme aumenta el individualismo, el uso del pronombre “yo” en vez de “nosotros” y el “todo vale” en los medios, las calles y las pistas, mayor es la degradación de la vida colectiva.

Pierde fuerza entonces la antigua esperanza de que el desarrollo económico y el desarrollo político se reforzarían mutuamente, teoría sostenida por distinguidos académicos durante medio siglo. Más bien, surge una sospecha de que la rapidez del desarrollo económico y del cambio tecnológico es causa de los crecientes problemas comunales.

Si aceptamos la falta de una mano invisible para el desarrollo político y comunitario, y que esa ausencia no se va a componer como una simple consecuencia del desarrollo económico, ¿cuáles son las opciones para conseguir la paz social? Mi impresión es que la única opción aceptable consiste en una fuerte revalorización del objetivo de la paz social. Guste o no, el camino hacia el bienestar comunitario pasa por el corazón, por la empatía y la solidaridad, y por el sacrificio de intereses personales inmediatos. La alquimia de la mano invisible, que convierte el desagradable individualismo en oro económico, no existe para la creación de oro político o social. Quien ordenó las leyes de la vida humana no quiso hacerla tan fácil. “Para esta raza”, dictaminó, “solo una mano invisible”.

Pero, al final, el orden social es una necesidad absoluta. Sin una exitosa revalorización de los valores que sustentan la paz social, la única otra alternativa será que la mano invisible que falta terminará siendo reemplazada por un puño indeseable.