En medio de la bonanza de datos hay un tipo de información que es el más preciado. (Foto: Getty Images)
En medio de la bonanza de datos hay un tipo de información que es el más preciado. (Foto: Getty Images)
Richard Webb

Cuando se inventó la estadística del PBI aún no habíamos llegado a la luna, no existían las computadoras, y todavía creíamos que la espinaca era el secreto para los músculos de los niños. Hoy, la tecnología ha cambiado al mundo pero seguimos contabilizando la economía de la misma manera. La metodología del PBI sigue inmutable, cual mandamiento escrito en piedra.

No es que la estadística se encuentra paralizada. Por el contrario, el mundo de los datos vive una evolución extraordinaria. Las encuestas, prácticamente desconocidas hasta la llegada del nuevo milenio, hoy dominan el debate público, orientan la gestión privada, e invaden nuestra vida social mediante los ‘likes’. También las estadísticas de la pobreza son una novedad y hoy fijan el norte de la política social. Recuerdo mi frustración cuando realizaba un estudio sobre la desigualdad hace muchos años y no encontraba mediciones de pobreza, un vacío que se prestaba a las banderas populistas que hablaban de las “clases trabajadoras” pero que hacían caso omiso a la verdadera pobreza. La modernización estadística ha llegado incluso a los pronunciamientos del ultraconservador BCR. La ciencia monetaria, que antes se entendía como un tema esencialmente mecánico, basado en la regulación de la “gasolina” monetaria, se ha convertido en un arte psicológico que usa encuestas de expectativas y de percepciones para “leer” el mercado.

En el caso de la producción, lo que falta no es tecnología sino una mejor puntería para los fines de la gestión pública. Hoy, la estadística enfatiza el origen de cada producto, distinguiendo entre lo que se obtiene de la tierra, lo que se crea con las manos (manufactura) en las fábricas, y los servicios que emanan de diversas capacidades humanas. Más útil sería conocer hasta qué punto ese conjunto de esfuerzos productivos está logrando aplacar las diversas hambres que tenemos, no solo de alimento sino también de seguridad, salud, conocimiento e incluso de entretenimiento. Para dirigir las políticas que deben mejorar la alimentación, por ejemplo, no basta medir la producción que sale de la tierra. La suficiencia alimentaria depende además de la eficiencia y coordinación de comerciantes y transportistas para reducir el enorme tonelaje de alimentos que se pierden en el camino a las casas, así como de las autoridades que organizan mercados y ferias e imponen un buen manejo sanitario. Gran parte de la desnutrición se debe a las diarreas que resultan cuando descuidamos el aseo o usamos agua contaminada. Al final, para mejorar la nutrición necesitamos un conjunto de estadísticas de diversas actividades productivas, no solo de la agricultura.

De la misma manera, “producir” la seguridad personal depende de un conjunto de actores públicos y privados y de la buena coordinación entre ellos, empezando con la precaución y el buen criterio en la conducción de nuestras propias vidas. En este tema se ha logrado un avance reciente a través de estadísticas de la criminalidad que proveen un primer mapa del problema. También en la educación se ha dado un paso importante con las evaluaciones de logro educativo así como las evaluaciones que realiza Sunedu. Sin embargo, la estadística sigue padeciendo de inercia y de una obsesión con datos que sirven más de palo para el combate político que de guía para una mejor gestión, especialmente el PBI.