Los manifestantes se concentrarán en la plaza San Martín este jueves, un día antes de que el Congreso de la República decida el destino del CNM.
Los manifestantes se concentrarán en la plaza San Martín este jueves, un día antes de que el Congreso de la República decida el destino del CNM.
Carlos Meléndez

Hace algunas semanas, al regresar a Lima luego de una temporada fuera, le pregunté a Erick Sablich, subdirector periodístico de este Diario, sobre las novedades en la coyuntura local. “Cada semana hay una estupidez que distrae”, me respondió, criticando que el debate político no se proponga en el horizonte que amerita. Los temas de fondo son superados por la forma sensacionalista, nuestra razón pública cede a las ofensas. Dejemos a un lado el destape de los audios judiciales –que ha provocado una reacción institucional de parte del Ejecutivo–, y recordemos la poca seriedad con la que se enfrentan las posiciones sobre nuestra visión del país. Por un lado tenemos a un congresista camuflado que terruquea alegremente al personal del LUM, y por otro, hordas virtuales que le niegan monumentos conmemorativos a militares caídos en la lucha contra la subversión anticipando negacionismo. No nos permitimos siquiera hacer el esfuerzo de entendernos.

La polarización política se ha instalado en aquella parte de la colectividad nacional interesada aún en los temas públicos. Sin embargo, esta división es cada vez menos ideológica y más resentida. Las ideas pasan a un segundo plano y son superadas por los estereotipos sociales que reproducen con ligereza obcecaciones discriminatorias. Al no existir partidos que elaboren interpretaciones y traduzcan la realidad nacional y sus desafíos, anodinos ‘líderes de opinión’ e ‘influencers’ toman por asalto la ‘batalla de las ideas’. No se valora a quien razona, sino a quien mejor afianza los prejuicios políticos y clasistas de la distraída audiencia. Queremos permanecer en la zona de confort de nuestra ignorancia.

Este tipo de polarización se agudiza porque promueve visiones reduccionistas de la comunidad política. No hay posibilidad de redención para el “rojo” que siempre será “cómplice de Sendero” (sic) o para el “fujimorista” que solo emplea la política como extensión de su “mafia” (sic). Se busca la deslegitimación del “otro”, a quien se le degrada en la escala moral e intelectual, de tal modo que se anula como interlocutor válido. Se truncan todos los puentes posibles para un intercambio beneficioso.

Hasta el debate intelectual cae dentro de ese simplismo. No se aprecian las voces que cuestionan el sentido común, sino las que justifican posiciones extremistas empaquetadas de ‘principios’. El disidente de la polarización es rechazado y tiene que ser encasillado en uno de los bandos contra su voluntad. La realidad –esa amplia gama de matices– se convierte en una dicotomía de pros y antis. Nos resistimos ante la evidencia de la complejidad. El “rojo” pro desarrollo o el fujimorista “institucionalista” están condenados al oxímoron, a un cortocircuito neuronal en los reducidos cerebros que promueven las mentes ‘más brillantes’ del establishment. No hay políticas públicas que promuevan la investigación científica y académica. Hemos claudicado ante el chamullo.

Esa versión extremadamente simplista de nuestra sociedad y nuestra política nos complace. Hasta es motivo de celebración. Así es que llegamos a un aniversario patrio más sumidos en la más absoluta estupidez.