El presidente Martín Vizcarra subió 13 puntos porcentuales en comparación con el mes de julio. (Foto: GEC)
El presidente Martín Vizcarra subió 13 puntos porcentuales en comparación con el mes de julio. (Foto: GEC)
Patricia del Río

A raíz del pedido del presidente sobre el adelanto de las  se han desatado diversos debates: están los constitucionalistas que evalúan la legalidad de la propuesta. Hay también una reflexión interesante sobre si un presidente tiene derecho a tirar la toalla y abandonar un espacio de diálogo por más complejo que este sea. Y hay una tercera confrontación de ideas, bastante pobre hay que decirlo, que busca interpretar la relación entre la clase política y los ciudadanos. Como la propuesta de Vizcarra descansa sobre el clamor de los peruanos de que se cierre el , es natural que el factor “opinión pública” entre en discusión. Y ahí es justamente donde los argumentos se precarizan.

“La gente pide imposibles”, “los votantes son ignorantes que eligen cualquier cosa”, “no se le puede hacer caso a una turba que sigue a un presidente que la manipula”, “no se puede gobernar haciéndole caso a la calle”… En los últimos días hemos escuchado a congresistas, líderes de opinión o a grandes empresarios despreciar, descalificar y llegar casi al insulto cuando de analizar las demandas de la población se trata.

No ha asomado entre las personas que manejan las decisiones más importantes en nuestro país, ni siquiera un mínimo esfuerzo, por tratar de leer lo que esa señora que vende emoliente, o ese estudiante universitario que está cansado de que le roben el celular, o esa ama de casa que hace malabares para que le alcance la plata en el mercado, realmente quieren.

Cuando se trata de conseguir votos, esos mismos actores a los que hoy se les trata como seres mononeuronales, son objeto de halagos, se les reúne en calles y plazas para escuchar sus demandas, se les llena de elogios y de reconocimiento por su lucha diaria para sacar adelante a sus familias; pero una vez que consiguieron su voto, los engreídos de antaño pasan a formar parte de una extraña categoría llamada “esa gente”.

De acuerdo con el análisis de especialistas y politólogos, buena parte de la crisis de los partidos políticos se debe a que hoy los ciudadanos no creen en organizaciones verticales. No necesitan quien canalice sus demandas porque a través de redes sociales pueden organizarse y reclamar por temas tan diversos como la defensa de la democracia, la aprobación de la unión civil, por que no se incluyan determinados temas en el currículo escolar. Para bien o para mal, “esa gente” que se organiza a su manera en frentes de defensa, en colectivos específicos, en grupos de interés tiene clarísimo lo que quiere y ha encontrado sus propios mecanismos para conseguirlo.

Podemos coincidir en que no todas sus demandas son válidas, en que no todas las formas que se eligen para reclamarlas son legales; en que la salida no está en atender cualquier pedido para ganar popularidad; pero de ahí a ningunear, y maltratar a una población a la que te acercaste como un sobón cuando necesitaste su voto, no solo es suicida sino también profundamente inmoral.