Gracias, diagramador heroico, por Marco Sifuentes
Gracias, diagramador heroico, por Marco Sifuentes
Marco Sifuentes

Para cuando usted lea esta columna, angustiado lector elector, nuestra nación tendrá un nuevo mártir: el pobre practicante al que su jefe le ordenó ‘googlear’ “logo de la ONPE” y se topó con el isotipo potificado por el gran Álvaro Portales. Gracias a ese incógnito héroe, todos habremos terminado esta semana de buen humor. 

No es poca cosa sonreír ante las noticias electorales. Sonreír sin trabas, quiero decir. Por ejemplo, uno puede hasta carcajearse con cada una de las humillantes piruetas –dignas de perrito de La Tarumba– a las que Carlos Raffo somete a Nano Guerra García, pero inevitablemente termina dando algo de pena. Toledo, en cambio, no da pena en ese video viral en el que le muestran un trago y se pega al vidrio con cara de JB imitando a Michael Jackson; no da pena, digo, pero sí creo que todos, en medio de la carcajada, sentimos un escalofrío cuando una vocecita en nuestra cabeza nos recuerda que este personaje de Chespirito nos gobernó durante cinco años. Y, bueno, que tire la primera piedra el que no se siente un poco culpable cada vez que hace un chiste sobre PPK.

Pero lo que ha provocado ese heroico diagramador de “El Peruano” es de una comicidad tan desmesurada, que diluye cualquier atenuante a la felicidad que provoca. Debido a lo inusual de este colectivo estado de ánimo, quizás vale la pena prolongarlo un poco más con algunos datos que el clásico pesimismo electoral ha soslayado.

Nos encontramos en la etapa democrática más prolongada de nuestra historia: van 15 años ya. El 28 de julio de este año ocurrirá un evento insólito para el Perú: será la cuarta transición pacífica de régimen. Un récord. Para bien o para mal, en todos esos gobiernos ha existido cierta continuidad institucional y económica, y todo hace indicar que el próximo, sea cual sea, no se saldrá de esos cauces. Viendo hacia atrás, incluso es tentador celebrar todos los resultados de las segundas vueltas. Fue bueno que perdiera el Alan del 2001, aún reivindicador de sus reflejos populistas y estatistas. Fue bueno que perdiera el Humala del 2006, todavía hipotecado a Chávez y rodeado de radicales. Fue bueno que perdiera la Keiko del 2011, que no tenía contrapeso alguno, apoyada sin dudas ni murmuraciones por absolutamente todos los poderes fácticos. 

Es un lugar común hablar del “electarado” pero cada una de esas decisiones de segunda vuelta demostró ser lo mejor –‘okay’, ‘okay’, lo menos malo– para el país, aunque no nos gustara ninguno de los que eventualmente lograron la presidencia.

La gente no es tan tonta como al limeño de clase media le conviene creer. Los candidatos impresentables pero favoritos de las encuestas siempre representan algún tipo de reclamo o necesidad de la gente. El problema no es la demanda (es decir, los votantes) sino la oferta (es decir, los candidatos). La gente vota por lo que hay. Pero, como en el mercado, inspecciona bien antes de comprar. Una linda muestra, también causa de buen humor, es el derrumbe del millonario Acuña. En contra de lo que cierto cinismo pretendidamente académico quería creer, sus plagios sí fueron el detonante de su imparable desbarrancada. 

Ciertamente, este recuento ofrece una versión parcial de los hechos aquí expuestos, pero creo que valía la pena aprovechar el buen humor del momento para intentar ver el vaso medio lleno. Sigamos adelante con estas elecciones con la certeza –o, al menos, la sustentable ilusión– de que no hay razones para metérnoslas al logo de la ONPE.