A los hijos de César Acuña, por Fernando Vivas
A los hijos de César Acuña, por Fernando Vivas
Fernando Vivas

Saquen a su viejo de esto. Se está autodestruyendo junto a su patrimonio. Decenas de carreras políticas se están liquidando a su sombra y decenas de miles de chicos ven que su cartón de la Vallejo, de la Señor de Sipán o de la Autónoma del Perú vale menos que nunca. 

Richard, Kelly y César Acuña Núñez, convenzan a su padre de parar esto de una buena vez. Ustedes se la han llevado toda la vida fácil a costa de los esfuerzos –sanos e insanos– de César Acuña Peralta. Han tenido la formación académica temprana a la que su padre llegó con atajos cuya revelación hoy le ha arruinado la candidatura. Ustedes son el relevo generacional de un hombre al que lo único redentor que le queda es una renuncia con mea culpa.

Me dirijo a ustedes y no a su padre porque él está en esa dimensión de negación de la realidad a la que la soberbia arrastra a los hombres que no quieren admitir su fracaso. Humberto Lay sí pudo abstraerse y decidió renunciar. Lo mismo hizo Luis Favre, pues, claro, no veía sensato que su candidato patrocinado se siga desangrando contra todo cálculo y toda ética.

La permanencia de Acuña en la carrera no es el círculo virtuoso de la ‘raza distinta’ que no desfallece porque se levanta y triunfa. Bah. Es pura perversión de político con rabo de paja que, para tapar el incendio, usa más material combustible. Para justificar el cuento de la coautoría del libro de Otoniel Alvarado, falsificó firmas en una resolución que aun si hubiera sido firme, tampoco resolvía el embrollo. Si en un comienzo tenía que defenderse de un solo plagio, el de la tesis doctoral en la Complutense, ahora tiene varios procesos administrativos y judiciales cuyos resultados lo golpearán en cascada.

Acuña Peralta fue víctima de sí mismo y de nadie más. Ni siquiera el cuento de la discriminación, al que apeló balbuceante para defenderse de los plagios, es una coartada plausible. Lo será para Martin Luther King, que sí fue un luchador social. No para él, cuyo motor vital y político ha sido el reconocimiento del ‘establishment’. Tanto le importa la venia de los hipócritas que hasta se ha convertido en un falso pacato llevando en su lista al ineflable pastor homofóbico Julio Rosas. Con su conducta y sus alianzas, Acuña Peralta es un traidor para quienes reclaman trato igualitario.

Quizá Richard, Kelly y César están esperando, ansiosos como Anel, Luis Iberico, César Villanueva, Vladimir Paz de la Barra y Beatriz Merino, que el JNE lo excluya. Rogarán que el Estado decida por ustedes y le cree a su padre la aureola de víctima de una arbitrariedad. Pero no creo que el JNE, en última instancia, consume el error político de aplicar una ley tan drástica que ni siquiera ha pasado por una campaña de sensibilización. Lo más probable es que deje a Acuña Peralta a expensas del merecido castigo que le aguarda en las urnas. 

Aprovechen los reflectores de la campaña para que su padre haga el único gesto noble que se espera de él: la renuncia como consecuencia de los atajos y falsedades a las que echó mano por su loca ambición de ser reconocido. Que se ofrezca, arrepentido, como ejemplo de que el esfuerzo, para ser coronado por el éxito, no debe estar contaminado de tropelías. 

Si se queda, será reducido a escombros. Las encuestas son lo de menos, las denuncias han destruido la fe de su equipo. Lo del patrimonio es problema de ustedes, pero al menos ahórrennos una exclusión que complicaría a la democracia.