¡¡¡Horror!!!, por Carlos Meléndez
¡¡¡Horror!!!, por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

Probablemente usted ya ha sido destinatario de algún mensaje que considera que tal candidata adoptaría medidas populistas “comunistas” (sic), que destruiría la economía nacional o que tal otra candidata es una versión actualizada y superior del autoritarismo más cruel que terminaría por sepultar nuestras instituciones políticas. La guerra sucia que se esparce con ventilador en esta campaña se funda en miedos capaces de activar los nervios más sensibles de nuestra memoria colectiva. El aumento del antivoto de las principales candidaturas presidenciales es una constatación de la trascendencia de nuestros temores colectivos –fundados en interpretaciones históricas con énfasis de terror–.

El origen de nuestros miedos colectivos se remonta a fines de los ochenta y principios de los noventa. Por un lado, tenemos un miedo económico que activa los recuerdos asociados a la administración populista de la economía y sus derivados –hiperinflación, escasez, colas– que, para colmo de males, se asocia con la violencia de una sociedad azotada por el terrorismo. Por otro lado, tenemos un miedo político que recuerda la mano dura sangrienta y la violación de los derechos humanos y del Estado de derecho, justificados en un pragmatismo despiadado. Tales miedos no son recientes –no pertenecen a actuales candidatos presidenciales– sino que han viajado con el tiempo y, en la actualidad, estructuran la competencia y los alineamientos políticos.

En esta campaña, Verónika Mendoza ha despertado los miedos económicos –como lo hizo Ollanta Humala en los comicios del 2006 y el 2011–, mientras que Keiko Fujimori ha activado los miedos políticos –como lo hizo sobremanera en la elección general pasada–. Exista o no voto estratégico, estamos finalmente ante el enfrentamiento de nuestros temores colectivos que dan forma a los alineamientos políticos desde hace más de veinte años y, hasta cierto punto, anidan nuestras identidades políticas (positivas y negativas). Así, el 5 de abril de 1992 es la partida de nacimiento del autoritarismo impune y corrupto y, por lo tanto, de nuestros miedos políticos; y la Constitución de 1993, la legitimación del modelo que –para algunos– espanta los temores económicos. 

En esta última y decisiva semana, ambos hitos han concitado atención y se han robado el protagonismo de una campaña hasta entonces superficial. Por un lado, el antifujimorismo ha demostrado su capacidad de movilización y ha activado la estigmatización y el rechazo vívido al fujimorismo. Por otro lado, Gregorio Santos –a través de su participación en el debate presidencial– ha puesto en discusión la vigencia de la Carta Magna. Además, obligó a Mendoza a endosar activamente la agenda del “cambio” y a Fujimori –hasta entonces bastante selectiva– a reivindicar el núcleo duro del legado de su padre. (Recordemos que no hay Constitución de 1993 sin 5 de abril de 1992). 

En aquellos años de inicios de los noventa, se concentran y confunden reformas de ajuste, autogolpe, lucha contra el terrorismo, recuperación económica, violaciones de los derechos humanos, etc. Es decir, se funden todos nuestros miedos, los mismos que hoy nos acompañan y nos escoltan a la ánfora electoral.