Informalidad y democracia, por Rolando Arellano
Informalidad y democracia, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

Sabemos que, al ayudar a subsistir a las millones de familias que migraron del campo a la ciudad, la informalidad permitió el desarrollo de las nuevas clases medias del país. Sabemos también que, al permitirles acceder a la propiedad de sus empresas y viviendas, ayudó a parar las ideas violentistas de la época. La paradoja es que esa misma es hoy un freno para el desarrollo económico y una traba para la consolidación de la democracia del país, lo que hace urgente generar acciones para disminuirla. 

Por el lado económico, es evidente lo malo de la informalidad, pues, al no recibir los impuestos debidos, el Estado no puede construir carreteras ni escuelas o universidades, ni pagar a los policías que todos necesitamos. Es menos evidente la relación entre informalidad y menor democracia, que se da fundamentalmente porque se aprecia menos lo que no cuesta, que es lo que pasa con quien no paga por lo que recibe del Estado.

¿Por qué una mayoría de peruanos aceptan a políticos que “roban pero hacen obra”? Sin duda la explicación que dan algunos analistas que aseguran que es porque somos esencialmente deshonestos no es solo agraviante sino demasiado simplista, pues no toma en cuenta la relación que esto tiene con la gran mayoría de peruanos que vive en la informalidad. 

Como ya lo hemos dicho en oportunidades anteriores, el indicio más importante es que nadie dice: “El corrupto me robó pero hizo obra”. Ello porque quien no paga ni tributos municipales, ni contribuye al seguro social, ni cobra el Impuesto General a las Ventas no siente que le están robando a él, sino solo a los pocos que cumplieron con esa obligación. Por eso no tiene qué reclamar, y por el contrario piensa: “Como no me roban a mí, cualquier obra que hagan y me beneficie es ganancia pura”. 

Pero peor aun: a esa mayoría de peruanos que no le cuesta nada el Estado y el gobierno, es natural que tampoco le preocupe las elecciones democráticas, que son la fuente de legitimidad de estos organismos. Ello porque quien piense que la persona elegida no roba ‘su’ dinero o ‘sus’ aportes, sino que roba a terceros que no conoce, tendrá menos escrúpulos en votar por candidatos potencialmente corruptos, pero que prometan hacer obra. Cosa que desgraciadamente vemos repetirse cada día.

Por ello, la aceptación de quien “roba pero hace obra” no desaparecerá solo con leyes y sanciones a los corruptos, pues así se ataca únicamente un lado del problema. Mayor dureza ayudará, pero la situación solo cambiará cuando se genere un sentimiento de compromiso con la nación y la ciudad, que ciertamente pasa por el crecimiento de la formalidad. Solo cuando todos los peruanos, empleados, obreros, pequeños, medianos y grandes empresarios sintamos que estamos eligiendo a alguien para que cuide nuestros recursos, comenzaremos a preocuparnos por escoger a gente honorable y honesta, que no se aproveche de nuestra ciudad o de nuestro país. 

Por eso es importante facilitar el acceso a la formalidad, disminuyendo sus trabas y haciéndola más interesante para todos. Porque cuando esa gran mayoría que dejó de ser informal sienta que el ladrón no está robándole a otros sino a ella misma, se cuidará de que nadie le robe, aunque haga obra. Y así tendremos una mejor economía y una mejor democracia.