Jurassic Park, por Richard Webb
Jurassic Park, por Richard Webb
Richard Webb

En el mundo de la biología, lo inadecuado, lo que no es viable, se extingue. De esa manera se adaptan y se perfeccionan continuamente las especies de vida, según nos enseñó Charles Darwin. Pero el divino ordenamiento falló al no incluir dentro de esa ley a las especies intelectuales. Hay ideas, probadamente malas, que se resisten a morir. 

Un ejemplo es la teoría que afirma que un banco central puede ser un motor del crecimiento económico. Esta idea toma raíz en 1936 cuando el economista británico John Maynard Keynes afirma que, así como puede fallar la oferta productiva, también puede fallar la demanda. Como diagnosis, fue un gran paso para adelante. Pero la idea fue resistida porque abría una puerta para la intervención estatal. Según Keynes, cuando falta demanda corresponde al Estado completarla, con más gasto público o usando al banco central para estimular el gasto privado. La teoría desencadenó una guerra política. “Keynes” se volvió una mala palabra. Sus libros se encontraban excluidos del programa de estudios en la universidad británica donde estudié. Al final, se impuso la verdad keynesiana, tanto que su gran opositor teórico, Milton Friedman, llegó a decir en 1965 “ahora todos somos keynesianos”. Pero, como sucede con las recetas, su efectividad depende de la aplicación exacta, el cuándo y cuánto y a quién de la dosis. Por descuidar esos detalles una buena idea se vuelve mala. Hagamos historia.

Entre los primeros seguidores de Keynes está Raúl Prebisch, quien fundaría la Cepal y tendría una fuerte influencia en América Latina. La revista “The Economist” lo llamaría el “Keynes latinoamericano”. Prebisch aprovechó la idea de Keynes para justificar una industrialización impulsada por gasto e intervenciones estatales, financiadas en parte por los bancos centrales. El peligro de la inflación se relegó a segundo plano con el argumento de que una mayor producción reduciría los precios, una tergiversación de la teoría de Keynes. Resultado: entre 1950 y 1985 América Latina fue la región más inflacionaria del mundo.  

La teoría cepalista llegó al Perú durante el primer gobierno de Belaunde, que, convencido por asesores de la Cepal, financió un ambicioso programa de obras y aumentos salariales. Las objeciones del banco central, aún no autónomo, fueron desestimadas y la institución acusada de representar a la oligarquía. Resultado: tres años de crecimiento productivo seguidos de una aguda crisis económica que precipitó el golpe militar de Velasco. 

Como polilla atraída al fuego, el gobierno de Velasco se dejó convencer por los mismos asesores y la misma lógica keynesiana para justificar una agresiva “reactivación”, pisando a fondo el acelerador del gasto público y de la expansión monetaria. Resultado: cinco años de crecimiento seguidos de cinco años de colapso económico.  

Irónicamente, el funcionario chileno que dirigió la malhadada asesoría a Belaúnde, Pedro Vuskovic, fue nombrado Ministro de Economía por Allende y en Chile repitió su fórmula de agresivo estímulo monetario. Resultado: colapso productivo y crisis inflacionaria que abrieron las puertas para al golpe de Pinochet.

La historia del primer gobierno de Alan García esencialmente repite las secuencias anteriores, de romance reactivador en base al acelerador monetario y de gasto público. Resultado: nuevamente, breve reactivación seguida de crisis inflacionaria, cambiaria y productiva. 

Desde 1990, el “modelo económico” ha incluido un manejo monetario y fiscal cauto, demasiado cauto según algunos. Pero, hoy, cuando lo que más reclamamos es seguridad, ¿queremos arriesgar la seguridad monetaria? ¿Y justamente cuando la inflación está en alza?

Ciertamente, los dinosaurios de Jurassic Park son pura fantasía. Pero lo que no ha desaparecido, y es aun más peligroso, es la idea de una receta simple para levantar a un país.