Fernando Vivas

Hay una arista, detalle trágico, variante letal del virus castillista, que pasa inadvertida. Pongámosle los reflectores: son mayoría en el Gabinete los que operan para , ya sea porque este se los pide o porque estos quieren llenar los vacíos de su deplorable líder.

La desgracia es que un ministro operador, ayayero o vocero oficioso es, además de inútil, expresión de una cartera degradada. Es inútil porque un ministro no puede reemplazar a un presidente. No tiene autoridad ni credibilidad para hacerlo. Y degrada a su cartera, porque la agenda sectorial que debiera encabezar se supedita a las urgencias de la imagen presidencial.

Si acaso alguien pudiese hacerlo es el primer ministro, pero no, pues, el de Cultura o Ambiente. He aquí las dos patas cojas de la mesa, Aníbal Torres no da entrevistas y solo aparece en monólogos tras los Consejos de Ministros en los que se dedica a desplomar puentes, echar sal a heridas y despotricar contra los críticos del Gobierno. La tradicional función bomberil de los primeros ministros deviene despropósito incendiario.

Veamos, por ejemplo, el caso de Cultura. Alejandro Salas fue un frustrado candidato congresal de Somos Perú que quiso participar en este gobierno huérfano de cuadros y con los brazos abiertos para gente de su talante. Pidió licencia al partido –uno de los varios que posan como oposición– y aceptó el fajín para pasearse por los sets defendiendo al presidente en cualquier tema. Lo que suelen hacer los congresistas escuderos y correligionarios del partido lo hace esta vez un advenedizo.

Más dramático es el caso de Félix Chero, ministro de Justicia, que usa competencias de su cartera para lanzar campañas contra la oposición y la prensa, como aquella de la llamada ley mordaza para penalizar la filtración de documentos reservados. Se ha instalado, ya desde el vizcarrismo, la degradante idea de que el Minjus es el abogado del presidente.

El ministro de Defensa, chotano y contralmirante en retiro, José Luis Gavidia, también sale a defender al presidente de sus cuitas más ajenas a su sector. De esa forma, se pone en la mira de la fiscalización puntillosa, aparece un reportaje sobre familiares viajando en un vuelo de trabajo y, ¡zas!, la fiscalía le abre investigación.

Ministro que abandona su cartera y su agenda para ponerse en medio del fuego cruzado entre presidente y oposición es un bueno para nada.

Acabo la lista de ejemplos con Rosendo Serna de Educación, que se degrada como instrumento político del magisterio castillista contra la Derrama Magisterial. El ministro muta en operador faccioso y, además, buscando aplacar una crisis de liderazgo que solo el presidente podría superar por sí mismo, si es que no renuncia en el intento. Otra tragedia del castillismo: la degradación ministerial.

Fernando Vivas es columnista, cronista y redactor