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Escritor
El ser humano lo humaniza todo: capta rostros en los objetos, le pone chompas a sus perritos, bautiza a sus autos. Esta tentación antropocéntrica no es capricho o mera egolatría: somos tan limitados que, para tratar de entender el mundo, ponemos un espejo como intermediario y este filtro abarca tanto lo tangible como a las ficciones. Muchas veces he asistido a estudios donde el investigador pregunta, “si este aceite fuera una persona, ¿qué edad tendría?”.
Las marcas que compramos son los ejemplos más cotidianos de este mecanismo.
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En los templos contemporáneos donde el consumo es una forma de liturgia, estas entidades de laboratorio reemplazan a los antiguos dioses en los que también depositábamos nuestras virtudes y defectos. En algún lugar del mundo, en estos momentos, algún druida ha detectado que lo rodean millones de madres trabajadoras, culposas por no atender a sus hijos con la exclusividad que sus madres mostraron con ellas: “¿Y si creamos una harina que simbolice el cariño de las madres antiguas para que estas señoras expíen su culpa a través de la repostería?”. Bingo. Un kilo de cereal molido rico en almidón es bautizado, adornado y provisto de una voz que te tranquiliza con ficcionada humanidad a cambio de que pagues por él en el supermercado.
En la política peruana de hoy, no existe marca más poderosa que la de Acción Popular. Imagino a sus fundadores eligiendo hace 64 años a la lampa con los colores de nuestra bandera: la síntesis de “soy de centro derecha, pero pienso en los trabajadores peruanos más de lo que imaginas”.
Toda organización –y sus símbolos– recorre un ciclo que va desde el nacimiento y su pujanza inicial hasta la madurez y el declive, transitando por un período de estancamiento. Hace 20 años, Acción Popular obtuvo un inesperado repunte histórico cuando un representante suyo, Valentín Paniagua, dejó la presidencia del Congreso para guiar al Perú en momentos de transición democrática. Al recuerdo de Belaunde, el fundador idealizado que murió sin juicios políticos ni fortunas en paraísos fiscales –qué verde era mi valle–, se le añadió el de este hombre eficiente que también falleció sin escándalos. En un país donde los partidos ya no ofrecen ideología y los ciudadanos no conocen el beneficio de la representación, el panteón con dos efigies le ha servido a este partido como capital simbólico. ¿Pero cuánto dura el aire? En este Congreso, Acción Popular ha mostrado una inconsistencia e irresponsabilidad que la emparenta con las más dudosas agrupaciones recientes: con la mitad de eso, el valor de una marca y las acciones de una empresa se desplomarían de inmediato. Pero en política, el proceso es más lento. En un escenario en el que los políticos y los ciudadanos se dan mutuamente la espalda, la transacción entre los usuarios y las marcas ocurre con mucha menos frecuencia que con los abarrotes: en el voto desganado hay espacio para la ignorancia, la amnesia y la fuerza de la costumbre.
Sin embargo, no hay fantasía que sobreviva mucho tiempo si el día a día se torna escandaloso.
Por más virtudes humanas que le achaquemos a una harina, su final empieza cuando le encontramos gorgojos.