Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri
Fernando Vivas

¿A quién no le fascinaba el personaje? Viejo prematuro, siempre enternado, con pinta de moralista adocenado hasta que, ¡zas!, lo oías y descubrías que sus temas favoritos eran el sexo y la lisura. Ambos tabúes los declamaba en la pantalla de la televisión estatal (por temporadas fue el cable) a través de la palabra, siempre a través de la palabra pues, que yo sepa, nunca tuvo un taller de experimentación sexual, un club de orgías o algo que se le parezca.

Si no fue un libertario con acciones demostrativas; tampoco fue un conversador procaz. Lo de la lisura, tómenlo con pinzas. Le gustaba saborear las palabras y es probable que lo que para muchos sea malsonante, fuera música para sus oídos. Y al revés. Recuerdo haberme carcajeado una vez que arremetió contra la primera novela de mi colega Raúl Tola. Raúl la había adornado con lenguaje callejero y abusaba de una frase que sacó a MAD de sus casillas: “¿A tí que chucha te importa?”. Pues Marco Aurelio se encendió, empezó ese ritual suyo de extender los brazos, bajar la cabeza y emitir los ronquidos que antecedían sus más bravos monólogos. Enardecido y brillante al hilar sus argumentos, explicó que esa frase tenía dos componentes que redundaban, la ‘chucha’ y el ‘importa’. Y, remató, gritando y mirando a la cámara con desorbitada lucidez: “¡A tí que chucha, nomás!”.

Perdonen si este ejemplo les parece chusco, pero para mí es genial: resume todo lo contracultural, maniático, provocador, culto y didáctico que podía ser MAD. Y tengo que hacer una corrección en honor de la verdad, en honor de Raúl tocado en el ejemplo, y en honor del propio Marco Aurelio, que nunca pretendió pasar por lo que no era. Se está diciendo, incorrectamente, que él hacía crítica literaria. Para nada. Él disertaba sobre el lenguaje y encontraba que los textos literarios eran una estupenda plataforma para comentar cómo otros usaban y jugaban con las palabras, tal como él lo hacía en cada uno de sus programas. Más de una vez agarró una novela de Vargas Llosa y arremetió, no contra el autor, sino contra una palabreja, un modismo, una frase hecha.

También repiten en estos días que fue un gran intelectual, y no provoca discutirlo pues lo oyes y te sorprende su versación y sus oportunas citas de autores que refrendan sus tesis pesimistas sobre la autodestrucción humana. Además, alguna influencia tuvo en jóvenes y adultos encandilados con sus monólogos. Fue un personaje de culto, un ‘freak’ de la televisión cultural y segmentaria. Pero su obra escrita se concentró, básicamente, en el campo de la sexología y del lenguaje. Historiaba y contextualizaba ambos temas con gran versación. Con él aprendí, por ejemplo, leyendo su libro “¿Y qué fue realmente lo que hizo Onán?” (Kavia Kobaya Editores, 1996), las raíces bíblicas y pecaminosas del onananismo o masturbación, y sus proyecciones en nuestra cultura cristiana. No puedo dejar de evocar aquí, a un buen amigo de Marco Aurelio, Armando Robles Godoy, que reivindicó ‘la paja’ en el cine y la televisión con igual entusiasmo que MAD. Saludo a TV Perú por haber dado espacio a este educador sexual y me sorprendo de la hazaña que habrá sido conducir un programa llamado “La hora sexológica” en Canal 11, ¡a comienzos de los 70!

A Marco Aurelio no le interesaba la coyuntura política, la agenda del día a día nacional. Su gran tema era la cultura de nuestro tiempo o, cuando hacía una entrevista, la tesis del autor o del experto que tenía al lado. Por eso sobrevivió a tantos gobiernos con asombrosa estabilidad. Fui varias veces a su programa, pues yo había escrito una historia de la televisión, y a MAD le gustaba enrostrarme lo que para él era mi visión amable del espectáculo. Él estaba en la onda del “Homo videns” de Sartori (que yo detesto) y de la sociedad visual que deja de leer, regresiona a su oralidad primaria y embrutece. Yo, por el contrario, estoy en la onda de constatar que hoy se lee más, aunque sea otras cosas y en otras plataformas, y que antes que deplorar lo nuevo, hay que explorar los tipos de razonamiento y libre intercambio de conocimientos que se nos ofrecen.

La última vez que discutí ante cámaras con él, hace algunas temporadas, fue tan apasionado al hablar sobre la cultura que él llamaba ágrafa, que opté por no discutirle más y disfrutar sus refunfuños. Estaba en su set, en su casa. Además, ya sabía que fuera de cámara era encantador y confidente y guardo los mejores recuerdos de esos momentos. La televisión, delante y detrás de cámaras, fue para este hombre huraño su forma de socializar, de prodigarse. Fue su comunión con el mundo. Que descanse en paz.