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Patricia del Río

Si alguien creyó que el ímpetu que demostró el presidente en 28 de julio iba a ser flor de un día, ya se habrá dado cuenta de que la cosa viene en serio. Exige que el trabaje rápido para que se haga el referéndum este año, le llama la atención al Ministerio Público, habla fuerte, mira de frente y hace gala de una seguridad que no conocíamos.

La respuesta a esta envalentonada presidencial ha sido positiva porque ya era hora de que alguien se hiciera cargo. Un PPK siempre contra las cuerdas seguido de un Vizcarra asustadizo habían dejado el Ejecutivo a la deriva. Hubo semanas en las que tuvimos la sensación de que no había presidente. Las encuestas dan cuenta de esta situación. Según Datum, los ciudadanos consideran que Keiko Fujimori (36%) es más poderosa que el mandatario (23%); y el Congreso (48%) muchísimo más que el Ejecutivo (9%).

Desde que empezó la era de Peruanos por el Kambio, el país ha sido básicamente dirigido por el Parlamento. Eso ha provocado que Keiko ostente un enorme poder, pero que también tenga la popularidad más baja de su carrera política. A todas luces, la señora Fujimori carga con el descrédito y el desgaste típicos de los que gobiernan. Su enorme capacidad de decisión producto de la cantidad inédita de congresistas de una sola bancada en el Parlamento ha desembocado en la peor de las fórmulas: a los de Fuerza Popular se los trata y se les exige como si fueran gobierno y no lo son, como si hubieran ganado las elecciones y las han perdido.

Pero ya han pasado dos años y no parece entender en qué contexto se mueve. Mientras el presidente supo leer a tiempo la coyuntura y decidió cambiarle drásticamente el rumbo al barco, los fujimoristas han sido incapaces de entender lo que se espera de su poder desmedido. Han sido prepotentes cuando se necesitaba diálogo, sordos cuando se requería escuchar la calle, arrogantes cuando se necesitó humildad. Ha sido de tal magnitud la ceguera provocada por los flashes del superpoder que cuando tuvieron la oportunidad de ceder la Mesa Directiva del Congreso y repartir un poco las responsabilidades, se aferraron con más fuerza que nunca al yunque que no para de hundirlos en las encuestas y en el corazón de los peruanos.

No todo lo que está haciendo el presidente Vizcarra es digno de aplauso y ahora le toca administrar con sabiduría las expectativas (en algunos casos muy altas) que ha generado en la población. Pero nadie puede negar que la movida política ha sido audaz. El fujimorismo en cambio no logra sacarse de encima la percepción negativa que se ha labrado a pulso y no sabe cómo empezar de nuevo con otra cara y otra actitud. Cuando alguien estaba haciendo daño o actuando de manera incorrecta, las abuelas decían “a cada chancho le llega su San Martín”, anunciando que al final siempre se pagan las culpas y errores. Pues San Martincito ya les llegó, y ahora falta ver cómo recomponen el chancho.