"Por encima de todos, está la Navidad de los niños, que esperan con ansia la mañana del 25 cuando abren los regalos, caros o no, eso no importa para ellos, y muestran su cara radiante de sorpresa y felicidad, porque realmente existe el niño Dios". (Foto: Pixabay)
"Por encima de todos, está la Navidad de los niños, que esperan con ansia la mañana del 25 cuando abren los regalos, caros o no, eso no importa para ellos, y muestran su cara radiante de sorpresa y felicidad, porque realmente existe el niño Dios". (Foto: Pixabay)
Rolando Arellano C.

La es una fecha que nadie ignora, aunque cada quien tiene formas diferentes de sentirla y celebrarla. Veamos.

Existe la Navidad del religioso, del que se alegra porque ese día Dios envió a su hijo a salvar al mundo y espera para escuchar la misa de gallo, donde se confiesa, comulga y agradece. Y está la Navidad del tradicionalista, ese que arma un nacimiento con papeles verdes en la esquina de su sala, que cada año crece con animalitos, pastores, casitas en miniatura y hasta un camioncito de bomberos. Y en el mismo estilo está la Navidad del nórdico, que decora un pino artificial con bolitas azules, doradas y verdes, un Papá Noel en traje rojo y blanco como la selección peruana, y luces chinas que se prenden y apagan tocando insistentemente noche de paz.

También está la Navidad del gourmet, que espera con ansiedad la cena de las 12 que, dependiendo del presupuesto tendrá pavo, o pollito, y ojalá chanchito, ensalada rusa, puré de manzana, tamal criollo, arroz árabe, vino espumante, acabando con chocolate caliente y un pedazo de panetón, tal vez comprado al fabricante informal al que Indecopi no se preocupa en controlar.

Y está la Navidad de los padres preocupados por el gasto en regalos para Yoselin que quiere un celular, Williams las zapatillas “de marca” y Alexandro que pide un juego electrónico carísimo, pero recibirá esta vez unos bloques para armar. Junto a ellos está la Navidad del crítico al consumismo creciente de estas épocas que desnaturaliza el sentido familiar de la fecha, pero que, en esa misma vorágine, no puede dejar de hacer un regalito aquí y otro allá. En sentido inverso están la Navidad del artesano y la del comerciante que quisieran recuperar allí un poco del negocio que no tuvieron todo el año, para poder comprarles a sus hijos algo que piden y necesitan. Desgraciadamente existe también la Navidad de los más pobres, a los que, ojalá, los que tienen más ayuden a festejar mejor, aunque ellos, más que esa ayuda puntual, desean oportunidades y puestos de trabajo para poder festejar mejor todos los años.

Y, por encima de todos, está la Navidad de los niños, que esperan con ansia la mañana del 25 cuando abren los regalos, caros o no, eso no importa para ellos, y muestran su cara radiante de sorpresa y felicidad, porque realmente existe el niño Dios.

Lo bueno es que, con motivaciones diferentes y maneras distintas de celebrar, todos comparten el deseo de que, a partir de esta fiesta, la vida empiece a mejorar. Porque, siglos antes del Mesías y del viejito barbudo regalón, la humanidad festejaba ya en esta fecha el momento en que la luz del sol ganaba fuerza sobre las tinieblas. ¡Feliz Navidad para todos!