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No me cansaré de repetirlo. La gran ausente en la lucha contra el COVID-19 es una campaña dramática de salud pública. Digo ‘dramática’ porque debe, para ser eficaz, estar puesta en escena con recursos narrativos, rostros populares y las dos plataformas de más llegada a la gente: la TV abierta y el WhatsApp. Lo grito: ¡nos urge ver la puesta en escena de los protocolos de la nueva normalidad!
Es imposible precisar cuántos se contagian porque la necesidad los hacina y aglomera, y a cuántos les pasa por, simplemente, transgredir las reglas. Pero a ambos grupos, el necesitado y el negligente, les caerían de perilla mensajes que los ayuden a no dejarse vencer ni por las circunstancias ni por sus tentaciones. Que les llegue el tip preciso para navegar de la manera más segura en medio de las primeras, y para aplacar las segundas.
Un mensaje de impacto y recordación, visto en la TV o en las redes, mejor aún si lo compartieron sus pares en WhatsApp, puede ser la diferencia que los hizo evitar o modificar la conducta que los expuso al contagio. O sea, la inversión en producir ese mensaje es tan o más importante que la inversión en camas UCI. No mitiga el efecto del contagio; lo evita.
El Gobierno, sumido en las urgencias sanitarias y económicas, se resiste a ver la importancia de todo esto. No hace caso a la OMS y a las experiencias de otros países que recomiendan la inversión en campañas de información y orientación. Y eso que es poco costoso, pues se puede y se tiene que contar con la colaboración privada.
Ah, ¡ahí está el problema! La extrema dificultad y desconfianza del Gobierno para abrir la cancha de las decisiones. El Gobierno es mal comunicador: voceros débiles, cada ente tiene su propio equipo y el aparato palaciego de comunicación está volcado a las urgencias del presidente. Para comunicar tiene que recurrir necesariamente a la colaboración privada de la TV, de los operadores telefónicos y digitales.
¿Se imaginan el impacto de una campaña orientada al WhatsApp para que la gente, sobre todo los jóvenes inquietos, cumplan los protocolos? Dije una puesta en escena dramática, porque el tema lo es. Aunque no hay cifras, podemos presumir que son miles los casos de adultos muertos o con neumonías severas, debido a que sus hijos o parientes jóvenes los contagiaron.
El melodrama de indolencia o culpa juvenil va a asolar a una generación; tenemos que empezar a contarlo para prevenirlo, para conjurarlo. Decirles a los jóvenes que pueden ser libres para hacer lo que les dé la gana, mientras cumplan protocolos que les eviten contagiar y matar a sus viejos, es un mensaje grandioso que tiene que ponerse en escena de tal modo que les llegue al corazón.