Foto: Hugo Pérez
Foto: Hugo Pérez
Marco Sifuentes

El Perú es un país de desconfiadas gentes, como ha escrito Carlos León Moya. Para el peruano, la suspicacia permanente es una forma de vivir o, mejor dicho, de sobrevivir. Desde los líos en el Metropolitano cuando alguien no cede el asiento a una embarazada porque no le cree que lo está hasta las explicaciones de los negocios privados de un ex presidente. El peruano vive en alerta perpetua y con razón: los cruceros peatonales son invisibles para todo efecto práctico, cada visita a un cajero automático es un coqueteo con la desgracia, cada taxi puede ser el último.

A nivel político, no hay ninguna diferencia y, de hecho, el ambiente es incluso peor. Un presidente que elegimos dos veces dijo que “en política no hay coincidencias”, y esa frase se ha convertido en el lema del quehacer político peruano. Pero la mayoría de las veces esa suspicacia parte de una premisa francamente irreal: que nuestras autoridades son suficientemente sofisticadas como para ejecutar maniobras dignas de “House of Cards”. La cruda realidad nos ha demostrado que la política peruana con las justas llega al nivel de un programa de Fox Sports Perú.

Esta semana dos narrativas contrapuestas y excluyentes se han enfrentado. Para unos, lo que les pasa a los (HH) es culpa de una persecución aprofujimorista que utiliza sus redes en el aparato del Estado. Para otros, son los HH quienes están manipulando todo para victimizarse.

Después de escuchar a ambas partes, lo cierto es que, una vez más, lo que sucede en nuestro país es explicable no por la frase de Alan, sino por el principio de Hanlon: “Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”. Este caso se ha convertido en una comedia de equivocaciones que solo demuestra lo ilógico y engorroso que es nuestro sistema de justicia y el tremendo poder que le otorga a un juez (algo que no parecía ser un problema para muchos cuando se allanó el local de ).

El hecho de que los HH no hayan hecho caso del aviso de que ya no tenían que irse de su hogar tiene muchas más explicaciones posibles además de “se querían victimizar”. La incautación de la casa –ejecutada dentro de los márgenes que permite la ley– parece tener un origen más ramplón que el de una persecución política (por las fechas: la irritación de un juez y un fiscal que vieron cómo el Tribunal Constitucional les enmendaba la plana).

Es innegable que muchos políticos complotaron para bajarse a los HH (ahí están las agendas) pero también es cierto que ellos no tienen cómo justificar el origen de su dinero (ver, nuevamente, las agendas). ¿Pero todo esto significa que el juez es parte de esa persecusión? ¿Que los HH son los Underwood de Higuereta y están manipulándonos a todos para que nos den penita?

No hay hechos, al menos todavía, que permitan sustentar ninguna de las ‘conspiranoias’. Solo datos tangenciales que varios utilizan para sus carambolas lógicas y para rellenar de justificación sus apasionamientos. Las redes sociales pueden decir lo que sea, pero el periodismo debería guiar al ciudadano para que esté en capacidad de evaluar los hechos en su real magnitud y no concluir lo que sea que su corazoncito quiera concluir. Deberíamos servir para combatir los pre-juicios, no para alimentarlos.