(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Rolando Arellano C.

Como en muchos otros temas, en estos momentos los cambios tecnológicos abren grandes oportunidades y desafíos. Uno de ellos es la posibilidad de que las industrias culturales latinas (y peruanas) recobren vigencia.

En los años 50, 60 o 70, los latinos pudieron combinar las películas norteamericanas de vaqueros con las tragedias argentinas, los dramas de charros mexicanos, los musicales españoles y las policiales francesas. Aquí era famosa Liz Taylor, pero también los clásicos Pedro Infante, Rocío Durcal y Alain Delon. Pero luego creció la fuerza de Hollywood, inundando los cines y los televisores con coches rápidos y furiosos, y soldados hiperarmados combatiendo a “los malos” de Vietnam, Rusia o Afganistán. Y si las encuestas decían que salvo “El chavo del ocho” todos los héroes de los niños latinoamericanos en el 2000 eran gringos, hasta esa excepción terminó por desaparecer. Con el tiempo y las inversiones en superproducciones y efectos especiales, los G.I. Joe y los Rambos desplazaron a la industria cultural en el mundo, incluidas por cierto las buenas películas norteamericanas y la producción de otras regiones.

Felizmente, una nueva forma de oferta abre una luz para que la cultura llegue desde todas partes. Los libros por Internet, los portales de buenos diarios, las cadenas de televisión libre y de cable y los servicios de ‘streaming’ permiten hoy ver trabajos de países desconocidos aquí, como Finlandia, Corea o Croacia. Y junto con telenovelas turcas e historias de robos en España, se convierten en éxitos de ráting la vida de cantantes mexicanos, series sobre política brasileña y también películas peruanas. No todo de gran calidad, pero con la ventaja de la diversidad y la capacidad de poder escoger lo que más guste.

Puede que este cambio, sobre todo en los jóvenes, se sienta como natural y no se entienda mucho su importancia social. Pero lo real es que presenta la inmensa oportunidad de que por primera vez todas las naciones del mundo se conozcan y se expresen sin filtros. Con ello cuando muchas de las familias de la India, Japón, Colombia o Canadá vean que tienen sueños y conflictos similares, se podrá lograr mayor comprensión entre ellas.

Paralelamente, se abre una ventana para que nuestra cultura latina muestre al mundo, de manera creativa e interesante su fascinante historia, diversa naturaleza, exquisita cocina, calidez humana y sus problemas por resolver. Y por cierto, si eso es importante para afuera, lo es también para nuestra propia gente, que necesita sentirse orgullosa de su cultura, y lo demuestra siguiendo aquellas buenas producciones que nos representan. Que autoridades, inversionistas y ciudadanos lo tengan en cuenta, para no dejar pasar esta oportunidad única.