(Foto: El Comercio)
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Luciana Olivares

Nunca olvidaré el día que conocí a Renzo. Estaba comiendo con un amigo suyo, un cocinero talentoso, y se sentó frente a mí con ojos penetrantes. Admito que su apariencia llamó mi atención. Alto, grande, fuerte, imponente como un oso. Pero mi atención se transformó en interés cuando me dijo tres palabras… “Quiero ser carnicero”.

Era el 2013 y en el Perú lo único que conocíamos por carnicería era el puesto del mercado. O, para los fichos, la sección de carnes en Wong. Renzo me contó de su fascinación por cortar carne. De su pasantía en una granja en Francia y de su deseo de traer al Perú el concepto de una carnicería de esquina pero creativa, de vanguardia y deliciosa. Nunca lo sabrá (bueno, hasta hoy), pero como a Renée Zellweger en “Jerry Maguire”, Renzo Garibaldi me tuvo desde que me dijo: “Hola, soy carnicero”.

Tuvimos muchas aventuras juntos. Desde presentarlo al mercado como el lado rudo de la gastronomía con el recordado “Uy sí, uy sí” de Gastón para una campaña del BBVA Continental hasta convencerlo de que, con un chancho bajo la mano y sus cuchillos, le explicara a 500 financieros cómo maximizar el dinero para una campaña de fondos mutuos.

Quizás ese chancho de 100 kilos fue el vaticinio de la construcción de su modelo de negocio. En su idioma: seccionar las partes del chancho y usar hasta las orejas para hacer jabones. En el mundo de los negocios y el márketing, Renzo ha creado un modelo basado en el diseño funcional de sus productos. Una práctica que hace que, por ejemplo, Apple tenga retenidos y felices a sus clientes bajo su ecosistema: iPhone, iPod, iTunes, iPad.

La integración funcional pone al cliente en el centro, capitaliza el poder de la marca y diseña los productos basándose en la necesidad de su audiencia y en la codependencia o afinidad que puede tener un producto con el otro. Más que crear un catálogo de productos, diseñas un ecosistema ‘customer-centric’ (centrado en el consumidor).

En el caso de OSSO, Renzo ha construido un ecosistema capitalizando el poder de su marca y la autoridad que ha ganado en cuanto a carne se refiere. Su mayor fortaleza para hacerlo no fue comenzar por el rabo del chancho, sino por la chuleta de hombro; es decir, por el lado más jugoso y menos predecible para construir su posicionamiento. Porque si bien en sus planes estaría abrir restaurantes (ya tiene cuatro, y ha alcanzado con OSSO el puesto 12 de los 50 mejores restaurantes latinoamericanos), vender productos artesanales en supermercados y desarrollar un modelo de franquicia, fue el haber comenzado desde el ángulo del carnicero y no del cocinero lo que le dio diferenciación y la posibilidad de construir y apropiarse de todo el ecosistema que involucre carne.

El diseño funcional maximiza tu relación con el cliente, la fideliza, rentabiliza y construye lazos poderosos comerciales para que no tenga solo amor al chicharrón sino también al chancho.