Lo que ocurre con el Ministerio de Cultura es casi un símil de lo que sucede con el Perú: uno creería que con su historia milenaria y sus ricas tradiciones artísticas contaríamos ya con una reserva de personalidades, una lista inacabable de artistas y estudiosos capaces de desempeñar con acierto esta cartera (de hecho los hay, aunque muy rara vez sean convocados por el Gobierno). Pero lo cierto es que no aprovechamos esta ventaja –de la que disponen muy pocas culturas en el mundo– y terminamos yendo de una crisis a otra. Lo mismo ocurre con el Perú, que teniendo un gran potencial de desarrollo e ingentes recursos naturales (que podría explotar razonablemente) no encuentra un liderazgo político sostenido, más allá de colores partidarios, capaz de procurar prosperidad y un futuro como nación a los peruanos. La cultura es un motor de progreso, pero aquí la tratamos como la última rueda del coche.
Sin embargo, esta semana ocurrió un hecho bastante inusual y que podría llevarnos a aguardar con optimismo un cambio importante en el ambiente político. Sucedió que los extremos coincidieron para evitar males mayores. Así, todos vimos cómo fujimoristas y caviares –enemigos irreconciliables– se unieron para rechazar el cese de Hugo Coya de la presidencia del IRTP. Del mismo modo, en el Tribunal Constitucional magistrados de pedigrí ‘naranja’ votaron por Marianella Ledesma, adversaria declarada del fujimorismo, como nueva presidenta de dicha entidad. Sea por principios o “por política”, la unidad fue posible y no fruto del oportunismo o la repartija. Había que evitar un mal mayor, a juicio de los conjurados, y sucedió lo que apenas fue un esbozo en los duros días de El Niño costero (2017).
Si esto ocurrió durante los últimos días, ¿sería factible aguardar otras coincidencias que, más allá del interés coyuntural, favorezcan un entendimiento mayor? El país sufre el trauma de una disolución del Congreso y de un Ejecutivo estático (¡vean por favor el insuficiente índice de crecimiento para este año!). A partir del Parlamento que se elija en enero tendremos dos caminos: el de una agenda consensuada que permita aprovechar año y meses para aprobar alguna reforma urgente o sucumbir a la demagogia como antesala a los comicios del 2021.
Pero respondamos la pregunta del título: no, no es posible un pacto entre fujimoristas y caviares. Sin embargo, bastará que sepan convivir desde sus diferencias, sin vetos ni campañas de destrucción mutua. El populismo y los extremos que buscarán espacios políticos en el 2021 son los adversarios más peligrosos. A no olvidarlo