"La visita del Papa se presenta como una excelente oportunidad para manifestarnos". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La visita del Papa se presenta como una excelente oportunidad para manifestarnos". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Marco Sifuentes

El Perú es el país más religioso del continente, después de Haití. Un abrumador 82% de peruanos se considera religioso, según una encuesta de WIN/Gallup del año pasado. Según la misma encuesta, solo el 2% se declara ateo.

Para comparar: el promedio mundial es 9%. La cifra aumenta a 25% si incluimos todo tipo de no religiosos. En China, Japón o algunos países europeos puede alcanzar el 40%. La tendencia aumenta con las nuevas generaciones. Incluso en países muy católicos, como España, el 50% de jóvenes menores de 34 años declara no ser creyente. ¿Por qué el Perú tan a la retaguardia?

A diferencia de otros países de la región –incluyendo aquellos que creemos tan o más católicos que nosotros–, en el Perú no existe una tradición laica, mucho menos atea y ya ni se diga anticlerical. Hasta México tuvo un Benito Juárez, varias veces presidente de su país, que separó radicalmente la Iglesia del Estado (en muchos estados mexicanos el aborto y el matrimonio gay son legales).

En nuestro país, brilla solitario Manuel González Prada. En “Propaganda y ataque” (1888) planteaba la necesidad de “discutir la influencia del catolicismo en el atraso de nuestra sociedad” y desconfiaba “de los liberales moderados que se declaran respetuosos con todas las creencias”.

Pero González Prada no tuvo herederos. Haya de la Torre tomó mucho de él para el Apra auroral, la que marchó contra la consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús, en 1923. La manifestación fue en serio: dejó cinco muertos. Pero, décadas más tarde, el único presidente aprista que habrá de tener este país mandó a erigir una copia del Cristo de Corcovado, en alianza con una empresa de megacorrupción.

Así como el Apra, la izquierda eventualmente también cedió al poder de la cruz. Toda una generación de sus dirigentes fue cautivada por la “teología de la liberación” en la que vieron, como pedía Mariátegui, una creación heroica. Es innegable la presencia de ciertos jesuitas como voces autorizadas del izquierdismo local. La cosa es tan marcada que hasta uno de sus principales líderes, Marco Arana, ha sido sacerdote. Para ir más lejos: el 75,2% de senderistas entrevistados por la CVR eran católicos.

La derecha tampoco tiene tradición liberal. Todo lo contrario. Uno de sus partidos tiene “Cristiano” como apellido, mientras que el fujimorismo juega a integrar al catolicismo más rancio y a los evangélicos más disparatados en un peligrosísimo coctel de populismo retrógrado. Una de sus figuras más representativas es el actual cardenal.

Un breve sondeo en Facebook, con unos doscientos testimonios de ateos peruanos, da cuenta de su absoluta orfandad: todos tienen en común adolescencias bajo un hostigamiento perpetuo por las autoridades educativas (incluso las supuestamente laicas), amén de ausencias de referentes locales y de representación. Como todas las minorías en nuestro país, la de los peruanos sin religión no existe para el Perú oficial. Así, la visita del papa se presenta como una excelente oportunidad para manifestarnos. Gracias, Bergoglio.