El presidente Martín Vizcarra participa en la ceremonia por el día de la creación del Ejército Peruano, el pasado viernes 16 de agosto. (Foto: Sepres).
El presidente Martín Vizcarra participa en la ceremonia por el día de la creación del Ejército Peruano, el pasado viernes 16 de agosto. (Foto: Sepres).
Patricia del Río

Para plantear una acción osada hay que tener una convicción absoluta de lo que se está proponiendo, un plan claro para su ejecución y, siempre, un plan B bajo la manga para sugerir alternativas por si la apuesta se cae. La normalidad no genera mayores retos; la audacia requiere mucho más planeamiento y estrategia.

Cuando el presidente anunció que presentaría al un proyecto de ley para adelantar las elecciones, la medida tenía todos los visos de ser una buena jugada de ajedrez. Era original, ponía al Congreso en una encrucijada: (decían que sí y se iban todos antes de tiempo, decían que no e incrementaban, aún más, el repudio social que los acompaña) y parecía una apuesta por la que el Gobierno se jugaría todas sus cartas. Sin embargo, está por cumplirse un mes de su anuncio en el discurso presidencial de Fiestas Patrias y lo que parecía una partida ganada está a punto de convertirse en una derrota vergonzante.

¿Qué falló? ¿Por qué, a pesar de que la propuesta mantiene un respaldo popular importante, parece cada vez más lejos de concretarse? En primer lugar, el presidente demostró que la tendencia a empezar con carrera de caballo para frenar con parada de borrico se le está haciendo costumbre. Tras el anuncio de 28 de julio no vino de parte del ningún plan claro para hacer posible el adelanto de elecciones. Vizcarra puso sobre la mesa una medida que requería de un trabajo político de filigrana y no preparó a voceros que hicieran la chamba de hormiga para lograr un apoyo importante de las bancadas no fujimoristas. Salvador del Solar bailó solo con un discurso conciliador la primera semana, mientras el presidente Vizcarra y el ministro de Justicia, Vicente Zeballos, continuaban con una retórica más bien beligerante cosechando los gritos de “cierren el Congreso” de la calle. Mientras la bancada oficialista se deshojaba como una margarita perdiendo a sus operadores políticos más importantes, el fujimorismo planteaba un contraataque poniendo como caras visibles de esta nueva etapa a sus congresistas más radicales y dogmáticos.

Y como si eso no fuera suficiente, en el momento clave de estas tensiones, se filtraron los audios de Tía María que se echaron abajo uno de los activos políticos más importantes del presidente: su imagen de hombre sin dobleces que lo diferenciaba de una mayoría mafiosona que siempre parece tener un puñal amarrado a la canilla.

Total, hoy tenemos un fujimorismo envalentonado echándole en cara al presidente su pusilanimidad para tratar conflictos sociales, un Ejecutivo desarticulado y sin reflejos para devolver el golpe, y millones de peruanos en medio de esta mediocre trifulca que tenemos que seguir planeando nuestras vidas sin tener la más remota idea de lo que ocurrirá en un futuro lejano o inmediato.