Otra, por Patricia del Río
Otra, por Patricia del Río
Patricia del Río

No importa si te ocurrió a los seis, a los quince, a los veinticuatro o a los cuarenta. No importa si tienes tres maestrías o si no terminaste primaria. No importa si ganas un sueldo de infarto o si sobrevives con las justas con el sueldo mínimo. No importa de qué color es tu pelo ni la marca de ropa que usas ni la cantidad de hijos que crías o que no crías. Si alguna vez fuiste víctima de un abuso sexual, de una agresión física o de un sometimiento psicológico sabes de lo que estoy hablando. Pasa el tiempo y sigues tu camino, te suenas los mocos, te refriegas las lágrimas y echas para adelante.

Pero ya nada es igual. Después de esa metida de mano te cruzas la pista si ves a un grupo de chicos parados en la esquina. Si te manosearon en el Metropolitano no vuelves a ponerte un jean apretado. Si te dijeron groserías desde esa construcción, al día siguiente cambias de ruta. Si te jaló los pelos tu último enamorado, te cuesta volverte a enganchar con una pareja. Si alguien te dijo cien veces que eres una bruta, vivirás con ese eco para siempre.  

Algunos cambios los identificarás, de otros no serás consciente. Y creerás haber enterrado el asunto hasta que te lo encuentres en una discoteca, te sonría como si nada hubiera pasado,  y se te paralice el corazón del susto. Hasta que esa escena violenta de esa mala película te haga llorar sin mayor explicación. Hasta que seas testigo de la agresión a alguien más y de pronto te asalte una furia que no creías capaz de sentir.

Porque por más que la sociedad se empeñe en decirte que la violencia existe en todas partes, que te encanta hacerte la víctima, que la culpa es tuya, que eres una sonsa que no sabe defenderse, que no es para tanto; tú sabes que sí es para tanto. Tú sabes, en realidad, que es para más. 

Por eso te uniste a ese grupo en Facebook  Ni Una Menos y te atreviste a contar tu historia. Por eso cada minuto apareció un post de alguien que confesaba haber sido maltratada por su novio, manoseada por su primo, acosada por su jefe, golpeada por su marido, humillada por su ex. Por eso vas a marchar el 13 de agosto para que ningún juez libere a un golpeador con la excusa de que no mató a su víctima. 

Porque los ojos morados no los llevas en la cara sino en el alma, porque la fractura que te deja la violencia se sana pero no se olvida. Porque el miedo que te dejó esa pateadura se supera, pero nunca se ignora. Porque tú sabes de qué se trata y no quieres que nadie más lo experimente. Porque esto tiene que parar. Porque tú ya no eres la misma.