(Composición: El Comercio)
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Pedro Tenorio

Algunos quieren ver en él a un anciano ex presidente, autócrata y corrupto, sí, pero hoy casi octogenario y aquejado por una dolencia crónica, que descansa en un caserón en La Molina y juega con sus nietas, casi retirado de toda actividad política. Sin embargo, habría que ser soberanamente ingenuo para creerlo. Si Pedro Pablo Kuczynski ha sobrevivido dos meses al intento de Fuerza Popular (FP) por vacarlo pese a la evidencia en contra (y todo indica que continúa acumulando respaldo en el Congreso haciendo más difícil removerlo del cargo), es gracias a los oficios de Alberto Fujimori, entregado a la tarea de sostener a PPK en la presidencia mientras sea funcional a sus intereses. 

Me explico: no es Kenji Fujimori labrando con una mano la adhesión de nuevos desertores de FP y coordinando con la otra actividades de respaldo a PPK (como poner a sus ‘avengers’ para acompañarlo en viajes al interior del país como recalcando que hay “alguien al mando”). Kenji solo es la cara visible, el de las fotos y los tuits cuidadosamente redactados. Alberto es el gran articulador de esta estrategia y su talento será puesto a prueba en breve –¡a partir de marzo!–, cuando el Parlamento retome sus plenos y el trabajo luego de sus vacaciones de verano. Sangrando a la bancada keikista ha neutralizado, al menos por el momento, la amenaza de un nuevo pedido de vacancia contra PPK: no es amor al gringo, sino a la necesidad de persuadir al Gobierno de que un requerimiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos para dejar sin efecto su indulto sería lo peor que le podría suceder. Ambos tienen un interés político común: sobrevivir.

Lo paradójico es que sea en la gestión del país, en la consolidación de un estilo y programa de gobierno, donde PPK y su equipo continúen dando palos de ciego. El anuncio de “estudiar” el incremento de la remuneración mínima vital sirvió de muy poco si nos guiamos por la aprobación a la baja obtenida por Kuczynski en febrero (15% a nivel nacional, según GFK). Pese a algunos intentos aislados, el Gabinete no muestra dinamismo, no complementa al presidente, no corre la cancha. Es decir, carece del atributo más elemental que toda administración debe tener en ejercicio del poder: afán de cambio, de transformación. Sin ello, cualquier recuperación de Kuczynski en el ánimo nacional tendrá mecha corta.

Con marzo llegarán también las transcripciones de lo dicho por Jorge Barata, ex número uno de Odebrecht en el Perú, y nuevamente la clase política se enfrascará en descubrir ante el país quién es peor. PPK se aferra al poder, pero de él también depende que logre conservarlo más allá de marzo. No solo de los cálculos o necesidades de su hoy principal socio político, Alberto Fujimori.