(Foto: AP/GEC).
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Patricia del Río

cruza la meta con las piernas acalambradas. Ha recorrido 42 kilómetros por las calles de Lima para darle a su país . Ha acelerado en el último tramo para que la corredora estadounidense que le pisaba los talones no le robe el sueño. Se ha echado sobre el asfalto, exhausta, agotada, sabiendo que su madre, que llegó desde el campo para verla correr, la está aplaudiendo entre el público que la ovaciona. Gladys nació en setiembre de 1985 en Junín. Solo unos meses antes de que naciera, un grupo de personas no identificadas le dieron un paquete a un niño que jugaba por las calles de Huancayo, cerca del local del Apra. El niño se llamaba Rubén Oré Quispe, tenía 8 años. Le pidieron que dejara ahí el encargo a cambio de unas cuantas monedas. El paquete explotó. Rubén voló por los aires. Murió.

abandonaba el campo el 22 de junio de este año, con rabia. Con furia en la mirada. Cinco veces había entrado la pelota a su arco, cinco veces Brasil le había hecho daño al Perú, cinco veces había tenido que comer pasto. Una semana después nos tocó contra Uruguay. Gran partido, la cosa se definió por penales. Frente a la pelota, listo para patear: el jugador Luis Suárez, uno de los mejor pagados del mundo, uno de los engreídos del Barza. En el arco: Pedro Gallese, arquero de Alianza Lima. El mismo muchacho que hacía una semana se había comido cinco goles brasileños . Atajó. En su cara había revancha. Había hambre de triunfo. Había autoestima. Gallese nació en Lima un 23 de abril de 1990. Cuando tenía tres meses, el entonces primer ministro Carlos Hurtado Miller ’. Ese día el precio de la gasolina subió 30 veces. El ministro se despedía con un “que Dios nos ayude”.

Gladys Tejeda y Pedro Gallese, así como millones de peruanos que todos los días cruzan metas, tapan penales y se levantan para sacar adelante a sus familias, nacieron al final de los 80 y comienzo de los 90. Sus padres y madres los tuvieron mientras esquivaban bombas, invadían terrenos, tenían cuatro trabajos y se rompían el lomo sobreviviendo en un país, que no solo no les daba nada, sino que entorpecía todos sus esfuerzos personales de salir adelante, con robos, con corrupción, con indolencia. Los hijos de los 90 son los hijos de la sobrevivencia. Son los niños de la leche Enci, de la combi asesina, del ambulante que encontró su pedazo de pista en las calles de Gamarra. Son hijos del emergente que ama su comida, que emigró a países helados para mandar remesas, que nunca abandonó la risa, que adora su patria. La suya. Esa que construyó a pesar de todo y que le muestra al mundo que ser peruano no es más, nunca más, un motivo de vergüenza.

Salvo cuando miramos la política y algo no encaja. Algo en nuestros políticos se quedó atrás, muy atrás de ese peruano que ha salido a comerse el mundo. Por eso se necesita otros, por eso se necesita que se vayan todos.