Poderes paralelos, Fritz Du Bois
Poderes paralelos, Fritz Du Bois
Redacción EC

Si esta semana un observador extranjero aterrizaba en nuestro país, se hubiera quedado extrañado. Por una parte, teníamos a la esposa del mandatario realizando explosivas declaraciones políticas en una entrevista que se suponía era de índole familiar por el Día de la Madre. Mientras que teníamos a el Ministerio Público a punta de resoluciones y comunicados como si fuera un botín para ser saqueado.

En el primer caso, es claro que Nadine Heredia no pudo contenerse y luego de algunas semanas de abstinencia –por el descenso en su popularidad ocasionado por la manera como el anterior premier fue maltratado– cayó nuevamente en el mal hábito del protagonismo innecesario. Con lo cual simplemente generó un nuevo escándalo. Más aun en esta ocasión se remontó mucho más al pasado, reclamando hasta la maternidad del intento de golpe en Locumba, dejando de esa manera a su esposo un tanto mal parado.

Por otro lado, tenemos al Tribunal Constitucional enmendándole la plana al Consejo Nacional de la Magistratura, que ha venido limpiando el terreno durante un par de años para que asuma como cabeza del Ministerio Público el fiscal supremo Ramos Heredia, .

Al final los peruanos tenemos el triste espectáculo de nuestro principal tribunal denunciando que una mafia quiere apoderarse de la fiscalía y al CNM dramatizando con bandera a media asta, reclamando que ha ocurrido –en términos legales– un golpe de Estado.

¿Qué está pasando en nuestro país para que familiares del presidente crean que son ellos quienes están mandando o para que oscuros funcionarios traten de copar instituciones y perpetuarse en los cargos?

Lamentablemente, la respuesta tiene que ver con la creciente precariedad institucional. En el Perú la gente cada día le hace menos caso al Estado y este no hace absolutamente nada por imponer su autoridad. Cuando algo que no es correcto ocurre, los encargados simplemente miran para el otro lado y de lo único que se preocupan es de contar con recursos a fin de mes para que las entidades estatales paguen salarios.

Incluso con un presupuesto público que ya está alcanzando el 25% del PBI cada año, el Estado no es pequeño –como muchos equivocadamente argumentaron durante años–, más bien se ha convertido en el principal sobrecosto que tenemos que pagar todos los peruanos. No solo por el obstáculo burocrático –cada día hay más reguladores que no saben para qué fueron creados–, sino especialmente por la ineficiencia en la provisión de seguridad, salud o educación que brinda el Estado. Así, pese a costarnos una enormidad, no nos da nada a cambio y nadie les exige resultados.

En todo caso, ese vacío institucional en el Estado se va llenando con facilidad del modo menos adecuado, por ejemplo con el activismo de la primera dama que, ante la pasividad de otros, no se le cuestiona el que esté usurpando funciones, o por grupos que van secuestrando regiones e instituciones o eventualmente por la propia población que crecientemente viene tomando la justicia en sus manos.

De esa manera la informalidad se apodera de la institucionalidad y se convierte en el verdadero poder paralelo que tenemos que soportar los ciudadanos. Si bien durante años el crecimiento cubrió las grietas de esa precariedad estatal, hoy ya nos está frenando, por lo que el tema tiene que ser enfrentado.