Fernando Vivas

No hay que ser ni analista ni opinólogo para hacer la gran pregunta. ¿Por qué el tiene tal unanimidad mientras en lo demás estamos tan divididos, polarizados y esquinados?

El fútbol se impone por unanimidad en todas partes, pero aquí destaca el contraste entre la pasión nacionalista de la hinchada y la antipatía por cualquier otra institución. Hay un dato de afición internacional comparada que confirma esta impresión: que en Rusia la barra peruana ganó el reconocimiento a la mejor del mundo. En Doha, según oí a varios reporteros, había muchos más peruanos que australianos.

Tengo una respuesta provisional que es la misma que me sirve para explicar la intensidad del orgullo gastronómico. ¿Cuál es? La pasión futbolera se expresa de tal forma que esconde una inseguridad. Tenemos que demostrar que somos buenos constantemente y, cuando lo confirmamos con un triunfo, hay que enrostrárnoslo a nosotros mismos, tatuarlo en la piel o, al menos, estamparlo en la camiseta; buscar páginas web para estar en el top de cualquier lista a punta de ‘vehementes’ likes. Tenemos que oír constantemente que nos han notado, nos han celebrado, que somos especiales. Si no se dan esas señas, nos agarra una tremenda angustia.

Una típica expresión de esta inseguridad que se agazapa y en parte explica las oleadas de orgullo patrio se da cuando hacemos probar a un foráneo comida peruana y le preguntamos –temblando de incertidumbre– si le gustó. Vivimos pendientes de que nos confirmen que tenemos razones para sentirnos especiales. El episodio de la mesa se traslada al fútbol: no solo queremos estar en el Mundial, como cualquier país futbolero, sino que el mundo comente nuestra hinchada, nuestros banderazos, que nos hagan sentir que vamos bien.

No somos lo suficiente y recomendablemente seguros al ganar y al perder. Una razón que nos lleva a abrazar con particular intensidad las competencias mundiales es para aplacar, para conjurar, para superar la inseguridad. Y, ojo, no iba a desaparecer si ganábamos. Si la nación es un proyecto y una promesa común, la inseguridad lo enerva y nos hace vivir los partidos, y cualquier otra competencia, de una forma especial, ajena a todo aquello que nos divide. Todos somos un poco Luis Advíncula flagelándose por patear al palo.

La , caldo de desunión, querrá aprovechar el fútbol, pero el fútbol no se dejará mezclar en ella. En la campaña más polarizada de nuestras vidas, algunos seleccionados rompieron su neutralidad a favor de Keiko. No les fue bien ni a la candidata ni a ellos; tampoco quedaron heridas abiertas. Quizá, el episodio sirvió para que Castillo no acose a la selección con invitaciones palaciegas, como hacían otros presidentes. La derrota no mata la pasión, pero permite hacernos preguntas con cierta frialdad.

Fernando Vivas Columnista, cronista y redactor